“El monje” – MATTHEW G. LEWIS

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“El monje” (1796)

MATTHEW G. LEWIS

 (Ed. Valdemar. Madrid 2009)

 

Esta espeluznante novela hará que las contemporáneas de Radcliffe parezcan dibujos animados de Disney. Y me pregunto yo: ¿qué clase de mente puede imaginarse las cosas terribles que aquí se cuentan? Y, por otra parte, ¡tan bien contadas! Aunque bien pudiera ser, como se dice a veces, que la realidad supere a la ficción y que, quizá, todo sea siniestramente real, dejando aparte los elementos sobrenaturales, que el ser humano, a la hora de idear horrores, no los necesita.

 

PERSONAJES PRINCIPALES:

  • AMBROSIO. Prior del monasterio de los Capuchinos en Madrid. Hombre íntegro y piadoso, hasta que el diablo lo pone en su punto de mira. Al contrario que san Antonio, Ambrosio va oponer poca resistencia.
  • PRIORA del convento de Santa Clara. Más mala que un dolor de muelas. Mujer rigurosa, inflexible, cruel, despiadada, que no sabe lo que es la caridad ni la compasión. En definitiva, un bicho. Esta no necesita al demonio para nada, se apaña solita.
  • ROSARIO. Joven novicio del monasterio de los Capuchinos.
  • MATILDE. Verdadera identidad de Rosario. De quien se valdrá el diablo para hacerse con Ambrosio.
  • ANTONIA. Joven inocente que no tiene más delito que ser hermosa.
  • ELVIRA. Su madre. Casada en secreto con un hijo del marqués de las Cisternas a la que después abandonó dejándola en una situación complicada porque la familia de las Cisternas no reconocía el matrimonio.
  • LEONELLA. Hermana de Elvira. Tía y cuidadora de Antonia.
  • RAIMUNDO, actual marqués de las Cisternas. Hermano del marido de Elvira, amigo de Lorenzo y amante de Inés. Cuando se entere de la situación de su cuñada y su sobrina aceptará hacerse cargo de ellas.
  • INÉS. Hija del duque Gastón de Medina, hermana de Lorenzo. Destinada al convento desde su nacimiento.
  • LORENZO DE MEDINA. Hermano de Inés. Enamorado de Antonia.
  • RODOLFA. Esposa del barón de Lindenberg, tía de Inés.
  • LA MONJA SANGRIENTA. Fantasma del castillo de los Lindenberg.
  • THEODORE. Criado de Raimundo.
  • MARGUERITE. Esposa de un bandido en Estrasburgo. Madre de Raimundo.
  • Dª JACINTA. Casera de Antonia
  • MADRE SANTA ÚRSULA. Monja de Santa Clara. Su denuncia salvará a Inés de una muerte horrible.
  • VIRGINIA DE VILLAFRANCA. Pensionista del convento de Sta. Clara.
  • LUCIFER. Sí, ese. No necesita presentación, lo conocemos todos.

***

Aunque con muchas conexiones entre ellas, dos son las historias que se cuentan en esta novela: por una parte los amores entre Raimundo e Inés, por otra los de Antonia y Lorenzo. Cada una de ellas tendrá su propio antagonista, que se opondrá con todas sus maléficas fuerzas a la felicidad de los amantes. Entre Raimundo e Inés se interpondrá la despiadada priora del convento de Santa Clara donde profesó la desdichada. Ambrosio, prior del monasterio de los Capuchinos, será el cruel muro contra el que se estrellará el amor de Antonia y Lorenzo. Ambos cenobios se encuentran en Madrid. Y con este planteamiento, estos protagonistas y estos escenarios no es extraño que, en su momento, la Iglesia Católica pusiera el grito en el cielo. Que, ¡gracias a Dios!, nadie oyó, porque si no esta novela hubiera sido convertida en cenizas privándonos así del placer de su lectura.

Por supuesto que esta sencilla estructura se complica bastante. Ambas historias se desarrollan simultáneamente y los personajes son los mismos en las dos, aunque con distinto protagonismo. Se recurre a menudo a la técnica de la analepsis (o flashback en inglés que, curiosamente, quizá se entienda mejor que en castellano) mediante la que los propios protagonistas cuentan en determinados momentos sus respectivas historias. Unas veces para informar de los antecedentes que los han llevado a la situación actual; otros para contar sucesivamente episodios que, en realidad, son simultáneos.

Lejos de consideraciones maniqueas, aquí solo uno de los agentes de la eterna guerra cósmica tiene verdadero protagonismo: el mal. No hay héroes ni heroínas. Solo víctimas de terribles villanos, que, a su vez, también son víctimas, o instrumentos del príncipe de este mundo, el mismísimo Lucifer.

Porque aquí, no como en Radcliffe, sí que hay elementos abiertamente sobrenaturales, con el recurso a la magia como puerta de acceso a ellos.

Aunque la acción principal se desarrolla en Madrid, unas importantes escenas se desarrollan en los bosques próximos a Estrasburgo y en el castillo del barón de Lindenberg en Baviera, y otra, corta pero escalofriante, en Sierra Morena.

 

HISTORIA DE INÉS Y RAIMUNDO.

Inés, hija de los duques de Medina y hermana de Lorenzo, es una jovencita que, desde su nacimiento, había sido consagrada por sus padres al convento. Hasta la llegada del día de su profesión estaba al cuidado de su tía Rodolfa, esposa del barón de Lindenberg.

Por aquel tiempo Raimundo, conde de las Cisternas, viajaba por Europa. En los alrededores de Estrasburgo coincide en una posada con Rodolfa, que también iba de viaje. Un desdichado encuentro con bandidos hace que Raimundo y Rodolfa se conozcan y esta invite al conde a su castillo.

El episodio de los bandidos está contado minuciosamente y, a raíz de él, aparece en escena Theodore, que pasará a ser fiel criado de Raimundo en señal de gratitud por haber liberado a su madre, Marguerite, de los malhechores con los que vivía. Marguerite nos cuenta su desdichada historia.

En el castillo de la baronesa Raimundo e Inés se conocen y, claro, se enamoran. Un divertido malentendido se da cuando Raimundo confiesa a la tía que está enamorado y esta se cree, ni más ni menos, que el objeto de su amor es ella misma. Cuando se entere de que, en realidad, es su sobrina, se enfadará bastante.

Ante la negativa a conceder la mano de su sobrina, por estar consagrada a Dios y por despecho, los amantes planean la fuga, para lo que se aprovecharán de la leyenda de la Monja Sangrienta, fantasma que habita el castillo. Pero el plan sale mal y a quien Raimundo termina secuestrando es al propio fantasma, para liberarse del cual tendrá que recurrir al exorcismo.

Inés ingresa, o la hacen ingresar, en el convento de Santa Clara en Madrid. Hasta allí la sigue su enamorado que, con ayuda del jardinero del convento, logrará llegar hasta ella. Y que si fue que si vino, tanto fue el cántaro a la fuente que la chica quedó embarazada. Cuando la priora se entere, que se enterará, pondrá a buen recaudo a la pecadora.

Toda esta historia la cuenta retrospectivamente Raimundo a Lorenzo que ha descubierto a los amantes mandándose mensajitos clandestinos. Lorenzo, que no sabía nada de la promesa de sus padres respecto de su hermana,  después de oír la historia, se pone de parte de Raimundo y hará lo posible por ayudarlos, para lo que conseguirá una dispensa del Papa para que Inés pueda abandonar legítimamente el convento.

Ante la imposibilidad de seguir viendo a su amada Raimundo va a representar, a partir de aquí, el papel de damisela débil y menesterosa y se va a pasar el resto de la novela enfermo y en la cama.

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INÉS DESCUBIERTA.

Ambrosio, en su papel de confesor de las monjas, descubre el desliz de Inés y lo denuncia a la priora del convento, que impulsada por una moral, una disciplina y un rigor dignos de una auténtica psicópata, llevará a la pobre Inés al borde de la muerte. Esta desaparece sin dejar rastro, para desesperación de Raimundo, y solo se sabrá su amarga suerte hacia el final de la novela. Las escenas del cautiverio de Inés son espeluznantes: criptas, mazmorras siniestras, que ríete tú de las de Segismundo, de Florestán o de aquél cautivo que oía a una avecilla cantar al albor. En esas tenebrosas  profundidades Inés, sola y muerta de hambre, da a luz a un niño que, claro, en cuanto ve aquello, rápidamente entrega su espíritu. Tal es la rigurosa penitencia a la que la despiadada priora somete a la pobre infeliz por su pecado. Y es que la priora no había oído hablar de Beccaria ni del principio de proporcionalidad entre el delito y la pena.

A pesar de todo esta historia tendrá un final feliz, pues Inés será rescatada y logrará reunirse con su amado Raimundo.

La que no va a tener un final nada feliz será la malvada priora. Cuando se conozca su responsabilidad en la desaparición de Inés será víctima de un terrible linchamiento por parte del populacho. Escenas también escalofriantes las del motín popular.

 

LORENZO Y ANTONIA.

Más desdichados van a ser los amores de Lorenzo y de Antonia. Se conocen, precisamente, cuando asisten a uno de los sermones del popular predicador que hace furor en Madrid, al que el pueblo tiene por santo: Ambrosio.

Para enredar el asunto se nos cuenta la también triste historia de Elvira, madre de Antonia, que se casó con un hijo del marqués de las Cisternas con la oposición de la familia. Cuando desaparezca el marido se va aquedar en una situación económica complicada. Después de enterarse el que en ese momento era el marqués de las Cisternas, el enamorado Raimundo, amigo de Lorenzo, se hará cargo del cuidado de su cuñada y su sobrina.

Pero el verdadero protagonista de esta la historia de los amores de Lorenzo y Antonia y de la novela en su conjunto  será el malvado número uno: Ambrosio.

AMBROSIO.

Ingresado en el monasterio desde muy niño, nada sabe del mundo. Se ha dedicado toda su vida ―tiene ahora unos treinta años― a la contemplación, a la oración y al estudio. Tiene fama de santo y todo el pueblo de Madrid lo adora. También es riguroso e inclemente con el pecador, como demostrará con Inés cuando descubra su desliz, a la que negará una misericordia que después reclamará para sí mismo, y que tampoco será escuchada.

Pero ¡ay!, el diablo, Lucifer, codicia esta clase de piezas. No sé si Ambrosio habría leído la vida de San Antonio escrita por Atanasio de Alejandría en el siglo IV, pero hubiera aprendido mucho de su lectura sobre cómo enfrentarse a las asechanzas del maligno. Ambrosio no va a resistir ni dos asaltos.

Matilde, alias Rosario, está perdidamente enamorada de Ambrosio. Solía pasar si el predicador estaba de buen ver. Pero esta chica es rica y audaz, y en su audacia se va a disfrazar de varón, con el nombre de Rosario, y va a solicitar el ingreso como novicio en el monasterio de Ambrosio, que terminará seducido sin demasiado esfuerzo. Una vez que Ambrosio ha mordido la manzana del placer se desata en él todo un universo de pasiones reprimidas que lo llevarán a las más rastreras vilezas.

Destacar que la audacia y el ingenio de Matilde la llevarán, antes de colarse en el monasterio, a encargar a un pintor un retrato de la virgen que será su propio retrato. Se lo regalará al piadoso Ambrosio que lo colocará en su celda y al que dirigirá devotas oraciones. Cuando Ambrosio vea la cara original de aquella piadosa imagen  perderá doblemente la cabeza.

Ambrosio pronto se sacia de Matilde, y es cuando pone sus lujuriosos ojos en la inocente Antonia. Matilde, bruja y hechicera, no solo no se sentirá ofendida sino que ayudará a Ambrosio a satisfacer sus deseos. La mejor manera para ello será negociar con el diablo. Con ayuda de las fuerzas del mal y tras una continua sucesión de iniquidades, profusamente descritas, los deseos desenfrenados de Ambrosio lo llevarán a la violación y al asesinato.

El clamor que se levanta por todo Madrid cuando se descubren sus crímenes es enorme, y el pueblo va desde la incredulidad hasta la indignación más absoluta.

Preso de la Inquisición, y en un último dilema, Ambrosio tiene que elegir entre las garras de esta santa institución y las de Lucifer. Elige a este. Pero no se fija bien cuando firma con su sangre el contrato que los obliga a los dos. Porque a Lucifer le gusta hacer las cosas con toda legalidad. Cuando Ambrosio está preso en la cárcel de la Inquisición se le aparece Matilde. Le dice que ha firmado un pacto con el diablo y que está de maravilla. Ambrosio se apresura a firmar el suyo, pero sin leer la letra pequeña, algo que había tenido Matilde mucho cuidado en hacer. Las consecuencias van a ser desastrosas. Y la moraleja es clara, cuando se firme un contrato, ya sea con el diablo ya sea con el banco, hay que leer siempre, con detenimiento, la letra pequeña y no dejarse deslumbrar por la vajilla que regalan.

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El final de la obra es agridulce. Ambrosio y la priora sufrirán unos crueles castigos. Matilde se va de rositas, pero ya pagará en el plano escatológico. La pobre Antonia, violada, ultrajada, humillada, cruelmente asesinada, quizá también reciba en ese otro mundo su recompensa. Nada se dice. Inés, rescatada in extremis,  se unirá, por fin, a su damiselo Raimundo. Lorenzo encontrará un nuevo amor.

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La novela es tremenda. Empieza en un ambiente solemne y brillante, y, en un in crescendo continuo, terminará en un laberinto de criptas y mazmorras, cada una más lóbrega, escondida y siniestra que la anterior, donde se mostrarán los horrores más espeluznantes.

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Pero no se acaba ahí la cosa. El fin de Ambrosio… no me sale un adjetivo que lo califique en todo su horror. Lucifer se lo llevará por los aíres. Sobrevolando la “misteriosa” Sierra Morena, y perdida ya toda esperanza, todavía tendrá que escuchar de boca del demonio unas terribles verdades desconocidas por él y por los lectores hasta ese momento. Unas despiadadas revelaciones que harán su larga agonía más cruel que el propio infierno, que irremediablemente le espera. Uno de los finales más terroríficos de la historia de la literatura. Consuela pensar que es pura y delirante fantasía.

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En cuanto a su ambientación madrileña solo decir que lo más probable es que Lewis no hubiera puesto jamás los pies en nuestra capital.

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Comentar ya solo una última cosa: Siempre me ha extrañado que personas creyentes y piadosas ―que, seguramente, desaconsejarían la lectura de este libro― fomenten, sin embargo, incluso a los niños, la lectura de la Biblia, libro lleno de depravación, en el que se relatan crímenes, incestos, adulterios, maldiciones, donde abunda el odio, la lujuria, la ira, las guerras.

Ambrosio (L II, cap.4) se sorprende al ver que Antonia lee la Biblia y que, aún así, conserva todo su candor e inocencia.

―¿Cómo? ―se dijo el fraile― ¿Antonia lee la biblia y todavía sigue siendo tan ignorante? […] Los anales de un burdel no podrían proporcionar mayor selección de expresiones indecentes.

 

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