Castellio contra Calvino — STEFAN ZWEIG

STEFAN ZWEIG

Castellio contra Calvino

Ed. Acantilado. Barcelona. 2020

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Ya hice algún comentario al respecto en no sé qué reseña, y me sigue desagradando encontrarme en la página legal de la editorial la expresa prohibición del préstamo público del libro.

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SOBRE EL MÉTODO Y La intención.

La obra de Zweig es de 1936. Eran años complicados en Alemania. En 1933, en elecciones democráticas y libres –con una previa campaña electoral ajetreada, incendio del parlamento incluido–, los alemanes eligieron por amplia mayoría a Hitler para que los gobernara. En 1936, Austria se iba contaminando de la peste del nazismo. Los libros de Zweig fueron prohibidos y se tuvo que marchar. En 1941 el autor recaló en Brasil, que tampoco es que fuera el paraíso de la libertad por entonces.

Castellio contra Calvino es un alegato contra la tiranía, el fanatismo y la intolerancia, a favor del respeto, la tolerancia y la libertad. La acción se traslada al también ajetreado siglo XVI, pero la denuncia era tremendamente contemporánea. Desgraciadamente, también ahora lo sería. Es un libro con un mensaje digno de ser escuchado en la Europa actual.

Otra de las motivaciones del autor es rescatar del olvido a una figura que debiera haber tenido más relevancia en los libros de historia. Como bien dice Zweig, solo vemos los monumentos de los vencedores. Castellio fue un perdedor y esa es la causa de que sea un perfecto desconocido. Calvino, por el contrario, ganó su batalla y ahora todo el mundo ha oído hablar de él, incluso muchos lo veneran.

Sin embargo, Castellio fue uno de los primeros ―si no el primero― que reivindicaron la libertad de creencias para todos, no como hicieron muchos de los reformadores, Lutero y Calvino, sin ir más lejos, que entendían que la libertad del cristiano era la suya propia, pero no la de los demás. Castellio tuvo la desgracia de enfrentarse con el poderoso Calvino, el mosquito contra el elefante, metáfora del propio Castellio y fue derrotado y despeñado en el pozo del olvido.

Se trata, qué duda cabe, de un libro de historia, pero con un método de exposición que deja mucho que desear. Más parece el fruto de un arrebato de desesperación con el que el autor desahoga, con toda la vehemencia y creatividad literaria, su impotencia arremetiendo contra Calvino y los ginebrinos de entonces por no meterse directamente con Hitler y sus paisanos, austriacos y alemanes contemporáneos. La figura de Castellio representaría  la utopía de Zweig, el modelo de persona y de ideas que deberían haber imperado en aquella convulsa Europa de los años treinta del siglo pasado. También ahora, ya pasada la quinta parte del siglo XXI, vendría muy bien un Castellio que se enfrentara a la locura que se extiende por el viejo continente.

Como arrebato visceral, la obra se lee con mucho gusto y empatía, al menos en lo que a mí respecta, pues no oculto que su mensaje coincide ampliamente con mi ideología o manera de ver y entender el mundo. Pero como libro de historia, por sí solo, no tiene mucho valor. Zweig no identifica ninguna fuente. Las citas que hace de las obras de diversos autores no están identificadas. No hay ninguna nota, ni bibliografía, ni citas o referencias de autoridad, de otros historiadores ni siquiera alguna indicación metodológica.

Yo me creo lo que Zweig dice porque me gusta, porque lo comparto, porque tiene coherencia interna, pero en un debate con alguien que pusiera en duda sus afirmaciones no lo podría rebatir solo con este bagaje. Y en el mundo actual hay mucha gente que sigue las enseñanzas de Calvino y que rechazan que fuera un tirano y un fanático. Hay muchas reseñas en internet en este sentido. La Institución de la fe cristiana, su obra fundamental, contiene principios teológicos que defienden hoy en día muchísimos creyentes. También su influencia en la teoría política y económica posteriores es importante, como ya señaló Weber en su famosa obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

Es verdad que los manuales de historia general de aquel tiempo que tengo por casa, coinciden con Zweig en mostrar el gobierno de Calvino en la ciudad suiza como autoritario, pero, dada la naturaleza de estas obras, lo hacen sin entrar en demasiados detalles que en Zweig son bastante minuciosos en ocasiones.

El estilo de Zweig recurre muchas veces a la técnica novelística del narrador omnisciente que conoce los deseos y las intenciones ocultas de los personajes. En unos pasajes llenos de elocuencia y hasta de poesía, Zweig analiza el rostro de los dos protagonistas principales en sendos retratos. La idea que subyace en este análisis es que la cara es el espejo del alma y deduce de sus gestos, de sus ojos, labios, manos o nariz los aspectos morales y psicológicos con los que identifica a cada uno de ellos, por cierto, de una manera bastante maniquea.

A pesar de lo dicho, el libro vale la pena ser leído. Puede servir como base para después acudir a otros trabajos de historia que utilicen una metodología más científica o, incluso, ser vista como una extraordinaria alegoría contra la intolerancia, la tiranía y el fanatismo; no tan entretenida como aquella de Alamut de Vladimir Bartol, pues es de naturaleza muy distinta, pero de lectura también muy agradable.

Como complemento que me aporte algo de ponderación he encontrado “Calvino, una vida por la Reforma”, de Joan Gomis (Ed. Planeta. Barcelona 1993). Este libro está escrito desde una perspectiva totalmente distinta a la de Zweig. Gomis fue un cristiano católico, miembro de la asociación cristiana Justicia y Paz, organización  que, desde hace ya mucho tiempo, realiza una importante labor por un mundo más humano y más justo.

Como defensor del ecumenismo tiene que confraternizar con otras corrientes cristianas, también con el calvinismo, una de las más importantes de entre las iglesias reformadas. Así que va a tratar al personaje fundador con bastante condescendencia. Cuando aparezcan gestos demasiado  feos reclamará para él indulgencia. No rehúye adjetivos como autoritario, irritable, colérico, angustiado, triste y alguna vez lo llama  polemista fogoso y agresivo. Pero pide para él un juicio indulgente. Las razones son recurrentes: No se pueden juzgar hechos pasados con criterios de ética o justicia actuales ―excepión que se suele usar muchas veces de forma partidista; no se hace, por ejemplo, desde la historiografía católica, cuando tratan sobre la persecución que algunos emperadores romanos promovieron contra los cristianos pero sí cuando se habla de la inquisición o, como en este caso, de las políticas de Calvino―. Por otro lado, para Gomis, más que su actividad política sería importante en Calvino su otra intelectual, sus escritos  sobre doctrina y organización; a pesar de que algunas cosas que vamos a ver no nos gusten, Gomis no duda de que Calvino actuaba siempre con buenas intenciones (pg. 141), aunque a esto se le podría contestar con el tópico de que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones; alega que, a pesar de que impuso un régimen de rigurosa observancia, siempre anduvo preocupado por que no fuera excesivo.

Como no podía esperarse menos de la época y del personaje, la disciplina era rígida pero también eran evidentes las preocupaciones para que la rigidez no fuera excesiva. (Gomis. Pg. 184)

No será esto lo que diga Zweig.

Y, como a modo de consuelo, también llega a decir que en todas las casas cuecen habas, que Calvino no fue peor que otros.

Si en la Ginebra de Calvino se perseguía a los papistas y aun a los protestantes que disentían, si existían una vigilancia y aun una represión de costumbres que explica que se haya hablado del ambiente de terror religioso en la ciudad, otras tierras vivían medidas y ambientes parecidos.  (GOMIS. Pg. 175)

Otro libro del que también he sacado información importante, este con un método historiológico más riguroso, es el de Roland H. Bainton: “Servet, el hereje perseguido” (Taurus. Madrid. 1973). Aquí las citas de los distintos autores están mejor identificadas y, entre otras cosas de interés, se recogen algunos extractos de los interrogatorios a los que sometieron a Servet las autoridades ginebrinas y la sentencia por la que se le condenó.

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ALGUNAS FECHAS.

Siempre me gusta hacer un pequeño esquema cronológico que me ayude a enmarcar a los personajes y sus tribulaciones, así me es más fácil después intentar entender sus historias.

  • Tesis de Lutero contra las indulgencias.
  • 1524-1525. Guerras campesinas en Alemania.
  • Es quemado en París Jean Vallière, el primer mártir de la reforma. Empezaron pronto y no será el último.
  • 1529-1531. Guerras de Kappel entre cantones suizos católicos y protestantes.
  • 1532-1535. Revueltas en Ginebra contra los católicos encabezadas por Guillaume Farel. En 1533 expulsaron al obispo, máxima autoridad por entonces de la ciudad.
  • Calvino publica la primera edición de su obra más importante, Institución de la religión cristiana. Este mismo año llega a Ginebra huyendo de la persecución en Francia.
  • Las reformas de Calvino no sentaron demasiado bien en la ciudad y es expulsado. Se instala en Estrasburgo.
  • Calvino se casa con Idelette de Bure.
  • Ginebra estaba sumida en el caos, con facciones rivales, protestantes y católicas intentando hacerse con el poder. Los gobernantes deciden llamar a Calvino para que ponga orden, y Calvino vuelve a Ginebra.
  • Castellio se instala en Ginebra.
  • Aprobación de las Ordenanzas eclesiásticas y del catecismo de Calvino.
  • Apertura del Concilio de Trento.
  • Castellio tiene que abandonar Ginebra por sus desencuentros con Calvino. Se instala en Basilea.
  • Ejecución de Miguel Servet.
  • En las elecciones a los consejos de Ginebra se hacen con el poder los partidarios de Calvino. Revueltas en la ciudad y dura represión contra los opositores.
  • Fallece Castellio en Basilea.
  • Fallece Calvino en Ginebra.

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ACTORES PRINCIPALES:

En lo que sigue me atengo, principalmente, a la semblanza que de ellos hace Zweig, que no se contenta con recoger sus obras sino que se introduce en su psicología, deseos, anhelos, frustraciones, psicosis o paranoias, y también se entretiene, y hasta se recrea, en sus aspectos físicos. Están tan acabados como si fueran unos buenos personajes de novela.

  • FAREL. Pasó a la historia como reformador religioso que introdujo la reforma en Ginebra. Si para Gomis era un predicador vehemente (GOMIS. Pg. 79) e impetuoso (GOMIS. Pg. 100), y Bainton lo define como reformador belicoso (BAINTON. Pg. 89), Zweig se despacha a gusto llamándolo fanático, violento y despiadado y, por si fuera poco, añade la opinión que de él tenía Erasmo: descarado y arrogante (ZWEIG. Pg. 24). Para Zweig, Farel era poco menos que un terrorista, un alborotador de masas que promovía disturbios y altercados para lo que formaba organizaciones juveniles paramilitares que saqueaban iglesias, destruían imágenes de santos y otros símbolos religiosos, irrumpían en los templos durante las misas con gritos y amenazas, como hacen ahora algunos activistas y que tanto escandaliza. Gomis incluso habla de luchas armadas (GOMIS. Pg. 100). Farel destruyó el orden establecido, que es la primera parte de toda revolución, pero la siguiente, la de instaurar uno nuevo, se vio incapaz de llevarla a la práctica y, para ello, recurrió a Calvino.

  • CALVINO. Aunque Zweig cargue más las tintas dibujando un personaje totalmente desagradable mientras que Gomis intenta hacerlo más amable, el caso es que ambos coinciden en lo esencial: Calvino era una persona inteligente, con grandes dotes de organizador, disciplinado, austero y trabajador ―valores destacados en el devenir de la economía capitalista, a decir de  Weber―. Pero también ambos añaden su carácter autoritario, intolerante e intransigente. Zweig lo presenta como un exaltado con delirios de infalibilidad sin el más mínimo atisbo de sentido del humor ni de alegría de vivir. Agresivo en sus enfrentamientos con opositores, tanto políticos como intelectuales, con frecuentes ataques de cólera. Soberbio hasta el delirio y que no soportaba la más mínima crítica a sus posiciones doctrinales, entre las que se incluía una visión absolutamente pesimista de la naturaleza humana, arrastrada, según él, irremediablemente hacia el mal y que, por ello, había que sujetar con mano dura, como se hace con un animal rebelde.

Por otra parte, su cuerpo era un catálogo de patologías. Podría haber dicho, como el poeta, no hay calamidad que no me ronde. Quizá esto influyera en su manera de ser y de ver la vida, dicen que las úlceras en el estómago agrian la personalidad. De jovencito sufrió los rigores de la disciplina del colegio Montaigu de París, colegio famoso que albergó a otros personajes ilustres, como Erasmo, Rabelais o Ignacio de Loyola, dejando en cada uno improntas bien distintas. Calvino fue toda su vida un hombre austero, alejado de todos los placeres de la carne. Dormía poco y comía menos. Incluso su matrimonio, del que enviudó pronto, lo vivió, según Zweig, como un sacrificio al que se veía obligado por su fe. Tuvo un hijo que tampoco aguantó mucho en este valle de lágrimas. Esa austeridad intentó llevarla a toda la comunidad excluyendo de ella todo lo que promoviera alegría, diversión y placer, desde la gastronomía al arte, la pintura, la escultura, el teatro o la música. Solo trabajo y disciplina. No ha sido el único en la historia que ha intentado imponer a toda una sociedad sus rigores ascéticos. Ahí están Savonarola, con su famosa hoguera de las vanidades o Ibn Sabbat, señor de Alamut. Muy lejos del talante de un Francisco de Asís o un Pedro Valdo que, aunque también austeros y rigurosos, nunca quisieron imponer por la fuerza sus valores a los demás.

En sus escritos se muestra faltón y maleducado, de insulto fácil. Pongo aquí dos ejemplos de lo desagradable que podía llegar a ser.

En este capítulo [el sexto de la Institutio]  se registra el cambio de tono indicado: de la gravedad de la instrucción doctrinal a la agresividad del polemista. Los sarcasmos, las burlas y las descalificaciones, o incluso los simples insultos, no son ahorrados a los ministros papistas. Entre tantos posibles, he aquí algunos ejemplos: si en alguna ocasión son llamados asnos, en otra son calificados de cerdos. Una razón que no comparte es acusada «de que no puede ser más frívola, inepta y estúpida. […] Y me quedo corto si digo que el episcopado es el gremio de los proxenetas y de los hijos adulterinos.» (GOMIS. Pg. 93)

[Castellio a Calvino]: Eres muy fecundo en insultos y tus labios hablan desde el fondo de tu corazón. En tu libelo latino me llamas sucesivamente blasfemo, calumniador, malhechor, perro ladrador, ser descarado lleno de ignorancia y bestialidad, corruptor impío de la Sagrada Escritura, loco que se burla de Dios, detractor de la fe, persona desvergonzada, de nuevo perro sucio, ser lleno de irreverencia e indecencia, espíritu sinuoso y pervertido, vagabundo y mal sujeto. Ocho veces me calificas de canalla –así traduzco para mí la palabra “nebulo−. Toda esa malevolencia la despachas con gusto a lo largo de dos pliegos y titulas tu libro “Calumnias de un canalla”. Su última frase dice así: “¡Que Dios te aniquile, Satanás!” El resto es del mismo estilo. ¿Y esos son los modales de un hombre de fervor apostólico, de cristiana mansedumbre? (Zweig. Pgs 215-216)

¡Y decimos que ahora los políticos crispan su discurso y se faltan al respeto entre ellos! Tal y como yo lo veo, con mis muy limitados conocimientos del tema, Calvino fue una persona iracunda, rabiosa, triste, angustiada, amargada e infeliz. Su fe no es en absoluto envidiable.

  • CASTELLIO. Para Zweig, Castellio es la antítesis de Calvino. Es la mesura, el respeto, la tolerancia. Valiente y humilde. Independiente, insobornable en la defensa de sus ideas de justicia, que no dudó en enfrentarse al poderoso Calvino por ellas. Aunque no tuvo reparos en lanzarse a la palestra cuando lo creyó conveniente, a pesar de que ello supusiera para él y su familia exclusión y pobreza, su verdadero interés estaba en el mundo del saber. Daba clases en la universidad, escribía libros y realizó una traducción de la biblia al francés y al latín. También, llegado el caso, no dudaba en ayudar a sus congéneres, como demostró durante las pestes que asolaron Ginebra en 1542 y 1545, en las que tuvo un comportamiento que recuerda al del doctor Rieux de La peste de Camus, y muy en contra de la actitud insolidaria y cobarde de muchos seguidores de Calvino, a decir de Zweig.

Asqueado por la ejecución de herejes en Francia, huyó y se refugió en Ginebra buscando allí la tolerancia y el respeto que habían desaparecido de aquel país. En Ginebra se llevará un buen chasco. Tanto que, después de algunos desencuentros con Calvino, amo y señor de la ciudad, tuvo que largarse a Basilea, hasta donde llegaron los tentáculos de Calvino que le complicaron mucho la vida. Él y su familia pasaron muchas necesidades.

Doctrinalmente disentía con Calvino en dos puntos principales: En la teoría de la predestinación y en la concepción de la naturaleza, revelada o no, del Cantar de los Cantares. Para Castellio, el Cantar era un precioso poema erótico pero sin inspiración divina. Aparte estaba la osadía de pretender que Calvino lo tratara como a un igual en el ámbito intelectual y no admitía sus imposiciones de carácter doctrinal ni su pretensión de supervisar su traducción de la biblia.

Calvino terminó por odiar a este personaje íntegro que no se doblegaba ante las amenazas.

Si supieras lo que ese perro ―me refiero a Sebastian― ha aullado contra mí. Cuenta que ha sido expulsado de su puesto únicamente a causa de mi tiranía, para que yo pudiera gobernar solo. (De una carta de Calvino. Zweig. Pg. 100)

Coincidente fue el parecer de Voltaire:

Aún dos siglos después, como prueba decisiva del tiránico comportamiento de Calvino en materia religiosa, Voltaire alude a la represión ejercida contra Castellio: «Se puede calcular por las vejaciones a que sometió a Castellio, que era un sabio mucho más grande que él y al que su envidia expulsó de Ginebra.»  (ZWEIG. Pg. 99)

  • MIGUEL SERVET. Es este un personaje tremendamente y curioso. Terco como buen aragonés. Tan inteligente como excéntrico, apasionando, arrogante, visceral y temerario. Como hombre del renacimiento tocó todos los palos del saber: la medicina, la astronomía, la filosofía, la teología y otras muchas artes mecánicas. Quizá si no hubiera sido por su extremada pasión e inquietud, podría haber llegado a la altura de un Leonardo da Vinci. No tuvo reparo alguno en corregir a Calvino al que le devolvió un ejemplar de su Institutio lleno de correcciones, tachaduras y notas más o menos impertinentes. ¡Mañico valiente!

Calvino debió de tomar por litros bicarbonato, melisa y valeriana después de recibir aquello.

No presto a las palabras de ese individuo más atención que al rebuzno de un asno […]. Servet me ha escrito recientemente y ha adjuntado a su carta un grueso volumen con sus delirios, asegurando con increíble petulancia que en él habría de leer cosas sorprendentes. Declara estar dispuesto a venir aquí, en caso de que yo lo desee. Pero no quiero pronunciarme sobre ello; pues si viniera, en tanto tenga aún algo de influencia en esta ciudad, no podría permitir que la abandonara con vida. (Carta de Calvino a Farel. ZWEIG. Pg. 112-113)

Servet fue perseguido por todos. Con veinte años era ya blanco de la cólera de tirios y troyanos, católicos y protestantes. Acosado por la inquisición española y la francesa, despreciado por Zwinglio, Ecolampadio y Bucero. Pero Servet no se arredraba por tan poco. Y, aun viendo que sus ideas eran rechazadas en todas partes, no dudó en provocar, además, la ira de Calvino.

Recorrió Europa, de acá para allá, de incognito muchas veces, y tiene el honor, que muy pocos poseen, de haber sido ejecutado dos veces: una por la inquisición católica francesa, otra por la calvinista de Ginebra. Es verdad que en el primer caso solo lo fue en efigie, aunque sus libros sí perecieron en cuerpo y alma.

Zweig lo compara con don Quijote y lo llama el caballero andante de la teología. El libro de Bainton, aunque antiguo, es estupendo para acercarse a la vida, aventuras y desventuras de este personaje singular.

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LA REFORMA.

Aquellos fueron tiempos turbulentos. Después de muchos fracasos (Wyclif, Hus, Valdo, cátaros, beguinas, franciscanos espirituales, y otros muchos), un reformador logra escapar de las garras de la disciplina eclesiástica: Lutero, que contó con el apoyo de algunos príncipes alemanes, sin el cual hubiera terminado como terminaron otros muchos, achicharrado, él y sus libros.

Llevara o no razón el agustino, que en eso no me meto ahora, aquí se abrió una época oscura en Europa que se vio envuelta, al menos en los dos siglos siguientes, en constantes guerras, persecuciones, masacres, crímenes. También es verdad que muchas de aquellas guerras de religión no eran sino guerras por el poder disfrazadas.

Desde las costas españolas hasta el mar del Norte y las Islas Británicas, incontables herejes arden por esa misma época a mayor gloria de Cristo. En nombre de las distintas iglesias y sectas que se consideran las únicas verdaderas, miles y miles de hombres indefensos son vejados, quemados, decapitados, estrangulados o ahogados en el patíbulo. «Si hubieran sido, no digo caballos, sino simplemente cerdos los que allí perecieron ―dice Castellio en su heterodoxo escrito― cualquier príncipe lo habría considerado como una gran pérdida.» (Zweig. Pg. 151)

Y aquello fue solo el comienzo. En wikipedia hay unos estupendos artículos sobre las guerras de religión en Europa en los siglos XVI y XVII.

La república calvinista de Ginebra fue uno de los episodios de aquel convulso siglo.

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LA REPÚBLICA CALVINISTA.

Una falta grande en este estudio mío es que no he encontrado información sobre el derecho de sufragio en las ciudades estado burguesas de la Confederación Helvética de aquel tiempo. Ginebra, en concreto, estaba gobernada por una serie de Consejos con diversas competencias y cuyos miembros se elegían de manera diversa. He visto que hay un fondo democrático pero no alcanzo a ver su alcance. Muchos miembros de distintos consejos eran elegidos por otros consejos. En cuanto a su compleja organización y competencias de cada uno de los Consejos, nada había de parecido a la separación de poderes que pergeñaría algún siglo más tarde Montesquieu. En todo caso se supone una democracia aunque quizá muy indirecta y, seguro, con un derecho de sufragio restringido. Y este tema será muy importante cuando veamos cuál sería realmente el poder que un predicador extranjero detentó durante tanto tiempo. El poder formal siempre estuvo en manos de los Consejos, aunque el peso de la autoridad moral de Calvino se imponía muchas veces sobre ellos. Eran estos Consejos, según las competencias de cada uno, los que imponían la disciplina y los que juzgaron, condenaron y quemaron a Servet, pero el espíritu de Calvino los sobrevolaba, como el Espíritu sobre las aguas.

La reforma llevó el desorden y la guerra a las ciudades suizas. Tanto las guerras que enfrentaron a unas contra otras (guerras de Kappel), como los enfrentamientos y disturbios que se vivían dentro de cada una. Bainton llega a hablar en algún momento de guerra civil (BAINTON. Pg. 150)

La chusma subió a la colina de la catedral y fue luego a todas las demás iglesias, incluidas las de los alrededores de Basilea, destrozando con martillos y cortando con hachas todas las tallas y grabados. Aún seguía deliberando el Concejo, más por fin capituló y decretó la supresión de la Misa. Era el 9 de febrero de 1529.  (BAINTON. Pg. 53)

En Ginebra el encargado de derrocar a la autoridad católica fue el fogoso predicador Farel. Cuando vio que su trabajo estaba terminado y que la siguiente fase de organizar un sistema nuevo escapaba a su capacidad, recurrió a Calvino, que ya había adquirido fama y que también era perseguido por los católicos de Francia.

Calvino llegó a Ginebra en 1536 e intentaría convertirla en la Nueva Jerusalén. Dos años duró esta primera experiencia.

Pronto se vio que la libertad cristiana que reclamaban los reformadores, desde el mismo Lutero, era la suya propia, pero no la de los demás. Y se volvieron tan dogmáticos e intolerantes como la iglesia católica a la que criticaban.

En 1536, el Consejo General, recordemos que con legitimidad democrática, determinó que en Ginebra “querían vivir según el Evangelio y la palabra de Dios”. (GOMIS. Pg. 101)

Esto significaba vivir como Calvino dijera. Se prohibieron bailes y cánticos, se limitaron las tabernas y el vino, se expulsó a las prostitutas, se eliminaron los juegos. Hasta las campanas dejaron de sonar, pues se entendía que un verdadero fiel no necesitaba que le recordaran la hora del culto que, además, era de obligada asistencia.

Aunque el poder seguía siendo ostentado por los Consejos, Calvino era quien llevaba la batuta. Por un lado ejercía su autoridad moral sobre ellos, a los que marcaba su labor legislativa y disciplinaria, con más o menos oposición según los casos. Entre otras cosas se obligó a todos, bajo amenaza de perder los derechos de ciudadanía, a realizar la confesión de fe impuesta por Calvino, lo que provocó bastante rechazo. Ginebra era por entonces una ciudad de unos diez mil habitantes, un pueblo pequeño según las medidas de la España actual. En una sociedad así el control podría llegar a ser asfixiante, y algunos ginebrinos se rebelaron.

Por otra parte, Calvino se hizo con un poderoso instrumento de control: la excomunión. Aquel ciudadano del que Calvino considerara que no cumplía con los cánones de virtud que él mismo imponía, era excluido de la comunión, lo que suponía prácticamente su muerte civil, pues nadie podía tratar con el excomulgado.

Ginebra no estaba preparada todavía para convertirse en la Jerusalén celeste y hubo bastante oposición a las políticas de Calvino. Incluso los Consejos se rebelaron contra él. Calvino utilizaba su posición de privilegio sobre el púlpito de la catedral para arremeter contra todos sus opositores. Desde este estrado llegó a llamar asamblea de borrachos al Consejo que se oponía a sus indicaciones (ZWEIG. Pg. 43)

La oposición creció tanto que Calvino y Farel terminaron siendo expulsados de la ciudad.

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LA SEGUNDA REPÚBLICA.

Aprovechando el descontrol y el vacío de poder que había dejado Calvino, los católicos intentaron recuperar la ciudad. Los disturbios y el caos se apoderaron de Ginebra de tal manera que los gobernantes tuvieron que tragarse su orgullo y volver a convocar a Calvino para que pusiera orden pues ellos se veían incapaces.

Y Calvino volvió, ahora con mucha más autoridad, y dispuesto a trabajar con ahínco por el bien de los ginebrinos, les gustase o no. Por su bien les quitó la libertad y los sometió a un régimen de observancia ascética. Solo trabajo y oración. Orden y disciplina. La libertad del cristiano predicada por Lutero y por el mismo Calvino cuando era perseguido por sus ideas en la católica Francia, ahora es vista de otra manera.

Si se deja al hombre abandonado a sí mismo, su alma sólo es capaz de  hacer el mal. (Zweig. Pg. 63)

Mejor sujetarlo corto. Por su bien.

A un ciudadano que se ha reído durante un bautizo: tres días de cárcel. Otro que, agotado por el sopor veraniego, se ha dormido durante el sermón: a la cárcel. Unos trabajadores han tomado empanada en el desayuno: tres días a pan y agua. Dos ciudadanos han jugado a los bolos: a la cárcel. Otros dos, a los dados, tomando un cuarto de vino: a la cárcel. Un hombre se ha negado a bautizar a su hijo con el nombre de Abraham: a la cárcel. Un violinista ciego ha bailado mientras tocaba: es expulsado de la ciudad. (Zweig. Pg. 73)

Según Zweig, el método con el que Calvino impuso su gobierno y arrebató a los ginebrinos su natural alegría de vivir no fue otro que el terror. (Zweig. Pg. 69-70)

El rigor se impone y los ciudadanos se ven sometidos a un régimen que ni el de la siniestra Stasi alemana. Espías por todas partes, un servicio férreo de vigilancia y un riguroso régimen de sanciones. Como dijo aquel partisano del Doctor Zhivago, también en Ginebra había muerto la vida privada.

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CASTELLIO EN GINEBRA.

Castellio se impresionó por la persecución que en Francia se había desatado contra los reformados y, no pudiendo soportar ver las piras que se iban levantando en las plazas de sus ciudades, se instaló en Ginebra buscando la libertad del cristiano predicada por Lutero. Su independencia chocó pronto con Calvino. No entró a rivalizar con el reformador pero tampoco cedió a las pretensiones de este de controlar su trabajo y, para evitar conflictos, se marchó a Basilea.

Calvino, ofendido con Castellio por no doblegarse a su dirección, hizo todo lo posible por amargarle la vida intrigando para que no le dieran trabajo y para que no se publicaran sus obras. A pesar de eso, Castellio logró encontrar una cierta estabilidad en Basilea aunque se vio muy limitado y obligado a llevar una vida muy pobre. No le importó. Castellio quería paz y tranquilidad.

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SERVET.

Y entra en escena este singular personaje. Perseguido por todos, había logrado camuflar su identidad y llevaba una vida tranquila como médico del arzobispo de Vienne. En esa posición tan frágil continuó con sus trabajos en los que defendía sus extravagantes ―según sus contemporáneos― ideas teológicas. En la clandestinidad logró imprimir, de manera anónima, su libro Chistianismi Restitutio que causó un gran escándalo. Antes, como ya dije, había mantenido una abundante correspondencia con Calvino a costa de las sufridas úlceras del reformador. Calvino despreciaba a este loco aragonés.

Viene aquí un punto polémico. Aunque Zweig lo tiene claro, los historiadores no se ponen de acuerdo y hay defensores y detractores, tanto entre los católicos como entre los protestantes, de los respectivos planteamientos (BAINTON. Pg. 165): ¿Intrigó Calvino contra Servet denunciándolo a la inquisición francesa?

La denuncia partió de un colaborador de Calvino en Ginebra que escribió a un primo suyo en Vienne. Para probar los delitos de Servet le acompañó las cartas  y el manuscrito que este había mandado a Calvino y que demostraban que Servet era el autor de aquella obra herética y peligrosa que, entre otras cosas, negaba la Trinidad. Sin algún tipo de colaboración por parte de Calvino, aquella denuncia no habría sido posible.

Servet fue detenido y procesado, pero logró huir. Zweig mantiene que fue gracias a que su actividad como médico en aquella región, en especial como médico del arzobispo, había hecho de él un hombre muy querido y respetado en la comarca.

La inquisición de Vienne, viendo que no podía ensañarse con su presa, ordenó su ejecución simbólica y quemaron una efigie suya junto con sus libros. El caso era quemar algo.

Servet escapa. Y vamos con otra incógnita que tampoco tiene respuesta clara: Con lo grande que era el mundo, ¿cómo se le ocurrió ir, precisamente, a Ginebra, donde gobernaba su gran enemigo? Algunos dicen que fue allí para conspirar con los opositores en el derrocamiento del dictador, teoría de la que Bainton, después dedicarle varias páginas, concluye que no es más que una conjetura sin fundamento (BAINTON. Pgs. 179-184).

Sea como fuere, Servet aparece en Ginebra. Es reconocido por Calvino y en una acción que los tres autores que aquí sigo califican de ilegal y arbitraria, Servet es detenido y procesado por delitos de opinión, por hereje, para lo que parece que los Consejos locales no tenían atribuciones.

Nadie duda, ni los autores modernos ni los contemporáneos de entonces, de que detrás del proceso estaba Calvino aunque fueron las autoridades civiles las que instruyeron el caso y lo sentenciaron.

Las condiciones de la reclusión se Servet estuvieron muy lejos de la piedad cristiana. Hitler, Stalin y otros dictadores no mantenían a sus opositores en peor estado.

Bien veis que Calvino está agotado de recursos y, no sabiendo ya qué decir, quiere hacerme pudrir en la cárcel por puro gusto. Los piojos me comen vivo, tengo destrozados los vestidos, y no tengo muda, ni jubón, ni camisa, a no ser una mala. […] Me atormenta el frío, a causa de mi cólico y mi hernia, produciéndome  otras molestias que siento gran vergüenza en describiros. […] Por amor de Dios, honorables señores, ordenadlo, sea por piedad o por deber. (Cartas de Servet al Consejo. BAINTON. Pg. 202, 205)

Los derechos del procesado eran pura fantasía en aquellos tiempos, y la piedad de los jueces tampoco se derrochaba. Ni abogado defensor dejaron que tuviera el acusado. Para condenarlo se tuvo que recurrir, ni más ni menos, que a la legislación de Justiniano por defender el reo postulados arrianos y negar la validez del bautismo de los niños.

La sentencia se puede leer en el libro de Bainton, pgs. 212-214. Servet fue condenado a muerte, y a una muerte cruel, a morir a fuego lento.

Y tenemos otra controversia más. Los historiadores ―Bainton y Gomis, y parece que es una postura generalizada― defienden la idea de que Calvino intercedió para que se le diera a Servet una muerte menos dolorosa. Zweig no lo niega pero no le atribuye, tampoco en esto, buena fe. Según Zweig, Calvino habría ofrecido a Servet una muerte menos cruel si se retractaba públicamente de sus ideas, ni más ni menos habría pretendido que se humillara ante él y lo declarara vencedor. Una actitud de puro orgullo que patentaría su triunfo. Pero Servet se habría mostrado no menos orgulloso e íntegro y, en un gesto de dignidad heroica, habría preferido aquel terrible sufrimiento antes que renunciar a sus ideas.

Calvino había abogado en un primer momento por la libertad de conciencia y contra la injusticia de ejecutar a un hombre por sus ideas, pero después cambiará de opinión y ahora va a perseguir con saña al terrible hereje.

Literalmente, en la primera edición de la Institutio, dice que es «un delito matar a los herejes. Mandar eliminarlos a hierro y fuego significa negar todo principio de humanidad». Pero, en cuanto consiguió el poder, Calvino tachó sin demora esa declaración de humanidad. En la segunda edición de la Institutio, su anterior postura, clara y decidida, ya ha sido modificada.  (Zweig. Pg. 193)

Sea como fuere, Servet fue ejecutado con una saña y crueldad digna de aztecas o turcos y terminó su vida entre terribles tormentos en aquella cristianísima ciudad por entonces.

***

LA LIBERTAD DE CREENCIAS.

Ya traté este asunto a cuenta del asesinato de dieciséis carmelitas perpetrado por los revolucionarios franceses en 1794 ―Gertrud von Le Fort. “La última del cadalso”― . Allí mantuve que este derecho es el primero, causa y origen, de todo ese edificio, tan necesario y tan maltratado que son los derechos humanos.

Y las críticas a Calvino por aquel proceso y aquella ejecución no se hacen solo desde nuestra perspectiva cultural, sino que también se llevó sus buenos reproches por muchos personajes de la época y que Calvino juzgó injustos.

Si conocieras tan solo la décima parte de las injurias y ataques ―escribe a un amigo― a las que me veo expuesto, sentirías piedad ante mi triste situación. De todas partes me ladran los peros. Todos los ultrajes imaginables caen sobre mí. Más enconadamente que los enemigos oficiales del papado, me atacan los que en el propio campo me envidian y odian. (Zweig. Pg. 179)

No alcanzo yo a ver qué sería lo envidiable en Calvino que muy tranquila no tendría la conciencia cuando, poco después de la muerte de Servet, escribió un tratado en defensa de sus posiciones: Defensa de la verdadera fe y de la Trinidad frente a los terribles errores de Servet.

¿Excusatio non petita? 

Desde Basilea llegó un contundente rechazo. En principio fue un libelo anónimo ―Sobre los herejes y si puede la autoridad civil perseguirlos a muerte―, pero pronto se supo que su principal impulsor había sido Castellio que defiende, por encima de todo, la tolerancia, vicio o virtud, según la opinión de cada cual, que el cristianismo –no todo, por supuesto− ha negado desde san Pablo ―por ejemplo Gal. 1, 6-9― hasta el infame syllabus errorum de Pío IX en el siglo XIX, que asociaba la libertad de conciencia con “la libertad de perdición”, pasando por Tomás de Aquino que también pedía la muerte de los herejes −Suma Teológica. P. II-II (a), c. 11, art. 3−. Y todavía hay muchos que andan en esa onda, no solo cristianos, que los musulmanes integristas están muy crecidos –tampoco todos los musulmanes−.

Castellio no defiende ni comparte las ideas de Servet, pero sí defiende su derecho a tenerlas y a expresarlas. Y suyas son esas grandiosas palabras que bien debían estar grabadas a fuego en las más altas instituciones mundiales y, sobre todo, en los corazones de intolerantes, terroristas y fanáticos de toda laya y condición:

Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe. (ZWEIG. Pg. 196)

En la novela de Amin Maalouf, Samarcanda, el poeta y científico Omar Jayyam, plantea la misma idea:

Para mí, toda causa que mate deja de seducirme. A mis ojos se afea, se degrada y se envilece, por muy hermosa que haya podido ser. Ninguna causa es justa cuando se alía con la muerte.

Castellio contesta a Calvino y en la contrarréplica se mete otro personaje importante de la época: Teodoro Beza a quien Zweig atribuye estas palabras que no necesitan traducción:

«Libertas conscientiae diabolicum dogma.» (Zweig. Pg. 182)

***

EL TRIUNFO DE LA FUERZA.

Así titula Zweig el penúltimo capítulo de su obra. Igual que en su Austria natal por aquellos años treinta del pasado siglo cuando la escribió triunfaba la fuerza y el fanatismo, así también se impuso en Ginebra la visión de Calvino.

En febrero de 1555 se celebraron elecciones que dieron la victoria, aunque no sin discusiones, a los partidarios de Calvino, y los síndicos fueron elegidos entre sus amigos. (GOMIS. Pg. 169)

No sin resistencia. Protestas callejeras y un intento de golpe de estado en 1556 fueron duramente reprimidos (GOMIS. Pg. 169). Y todavía andaba por allí algún perdido que no sabía dónde se metía, como Valentín Gentilis, que no quiso adherirse a la confesión de fe impuesta por Calvino y que tuvo que andar errante huyendo de la  persecución hasta que fue ejecutado en Berna en 1566.

En todo caso es una historia de casi treinta años que acaba con el triunfo casi incondicional de Calvino. (GOMIS. Pg. 179)

Castellio no dejó de ser perseguido. Calvino y los suyos continuaron intrigando contra él hasta que consiguieron que fuera procesado en Basilea por hereje.

[Castellio]: Os pido por el amor de Cristo que respetéis mi libertad y renunciéis al fin a cubrirme con falsas acusaciones. Dejad que profese mi fe sin coaccionarme, tal y como se os permite a vosotros la vuestra y como y  espontáneamente la reconozco. (Zweig. Pg. 223)

El buen Dios se lo llevó de este mundo antes de que aquella justicia humana lo atrapara entre sus garras.

La obra de Castellio quedó marginada. Calvino triunfó. Su doctrina se extendió por Escocia, por Holanda y, después, por el Nuevo Mundo y hoy es seguida por muchísimas personas. La economía liberal que domina el mundo también se nutre mucho de sus ideas.

Con razón, Weber, en su famoso estudio sobre el capitalismo, ha demostrado que nada ayudó tanto a preparar el fenómeno de la industrialización como la doctrina calvinista de la obediencia absoluta, pues ya en la escuela las masas son educadas de forma religiosa en la uniformidad y la mecanización.  (ZWEIG. Pg. 243)

4 comentarios sobre “Castellio contra Calvino — STEFAN ZWEIG

  1. Como tantas veces, tengo que agradecerte el estupendo trabajo que haces con estas entradas que me descubren hechos y planteamientos que me resultan casi desconocidos y que, de entrada, no me interesan demasiado pero que con tus artículos consigues hacérmelos atractivos, aunque no agradables, porque eso sería imposible por la propia naturaleza de alguno de estos asuntos, como el de hoy sin ir más lejos. No recuerdo quién dijo que se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas. ojalá que nunca más nadie tuviera que morir por tal cosa, pero me temo que son muchos los que están dispuestos a matar por las ideas, por el poder y por el dinero.

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