La perla — JOHN STEINBECK

JOHN STEINBECK

La perla

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Ed. Bruguera. Barcelona. 1980

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En la ciudad se relata la historia de la gran perla, cómo fue hallada y cómo volvió a perderse. Hablan de Kino el pescador, de su esposa Juana y del pequeño Coyotito. Y como la historia se ha relatado tantas veces, ha echado raíces en la memoria de todos. En ella, como en todos los relatos eternos que viven en los corazones del pueblo, sólo hay cosas buenas y malas, blancas y negras, santas y perversas, sin que se hallen jamás medias tintas. Si esta historia es una parábola, acaso cada uno sepa darle la interpretación que le hace falta para leer en ella su propia vida. Sea como sea, cuentan en la ciudad que…

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Así comienza La perla, esta pequeña joya de la literatura. Pequeña por su tamaño, entre los difusos límites del cuento y la novela corta, pero intensa en el drama que, en toda su crudeza, se presenta con un lenguaje poético lleno de preciosas imágenes. También de música. Como en una ópera de Wagner, cada elemento importante tiene su leitmotiv.

Es un ejemplo de cómo un genio puede hacer una preciosa obra de arte con un material sencillo, incluso manido y trillado, nada original. No es tanto el fondo como la forma, la presentación. No hay ningún elemento novedoso, todo es conocido, como, por otra parte, toda la literatura de la que Borges decía que no era sino un manoseado palimpsesto.

Se trata de la recreación de la conocida alegoría del tesoro encontrado por un pobre que, después de despertar sus ilusiones y anhelos, se convierte en la causa de su desgracia. Hay un cuento en las Mil y una noches que trata el mismo tema, aunque con un final más feliz, pero por más que me estrujo la cabeza para identificarlo, no hay manera. No falta, como en toda la obra de Steinbeck, la crítica de las instituciones sociales que oprimen y explotan a los más desheredados de la comunidad. Un sistema que, aunque conocido por todos, es negado sistemáticamente por los propagandistas del liberalismo económico.

Una alegoría que muestra la maldad del género humano, la desigualdad social, el abuso de unos pocos que acaparan poder y riqueza a expensas de otros que malviven explotados y sin esperanza.

La historia no puede ser más simple: Una comunidad de trabajadores pobres en el sur de la península de California, que bien podría haber sido en cualquier lugar del mundo. Viven de la recolección de perlas. Su trabajo es duro, absorbente, incluso peligroso, y les reporta muy pocos beneficios. Las cosechas suelen ser raquíticas y los compradores de las perlas extraídas abusan de su situación en el mercado ofreciendo siempre precios muy por debajo del valor de la mercancía. El trabajo de los pescadores de perlas, fatigoso y duro, no es bastante para sacarlos de la pobreza en la que viven. Dicen que si trabajas duro, con esfuerzo, dedicación, tesón, te harás millonario, como fulano o zutano que ponen siempre como ejemplo. Es mentira. En la sociedad de esta pequeña alegoría como en la real, viven mejor los que no trabajan. Estos viven de aquellos, los que no trabajan de los que sí lo hacen.

Uno de aquellos pescadores tiene un golpe de suerte ―la suerte puede ser buena o mala― y encuentra una gran perla. Viene primero la ilusión de escapar de la situación de miseria, después el temor por la codicia ajena, la falta de justicia y la carencia de protección ante los que detentan el poder material, el dinero y las armas. Y la alegría y la esperanza terminan por convertirse en una quimera imposible, en una tragedia.

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PERSONAJES PRINCIPALES:

Los personajes no tienen profundidad psicológica, son elementos más de la alegoría, como lo son las cosas y las situaciones. Son sencillos y esquemáticos, buenos y malos, humildes y soberbios, víctimas y abusadores. Las intenciones quedan bien definidas en la pequeña introducción que puse más arriba.

  • Kino, Juana y el pequeño Coyotito forman la familia protagonista. Son muy pobres y sin educación, como todos los que en aquel poblado se dedican a la pesca de  perlas. Kino y Juana no se han podido casar, porque hace falta dinero para casarse y no lo tienen. Coyotito no ha sido bautizado porque también para esto hace falta dinero. Kino trabaja incansable y con el producto de su trabajo tienen poco más que para sobrevivir. A pesar de todo llevan una vida tranquila y, teniendo satisfechas sus necesidades básicas, se podría decir que son hasta felices pues, al menos, no tienen que sufrir adversidades añadidas, el hambre o la enfermedad. Se podría decir que se conforman con su suerte, lo que no significa que no tengan siempre la secreta aspiración de una vida mejor.
  • Del médico y del cura no se dicen los nombres. Simbolizan el poder. Son la autoridad que, de una manera casi mística, somete a las clases bajas, la de los trabajadores. Estos les temen y les respetan. A cambio solo reciben desprecio y humillación. Mi abuelo, que fue pastor ―de ovejas, no de almas― me contaba historias que encajan perfectamente en esta sociedad típica. Cuando a Coyotito le pique un escorpión y acudan desesperados al médico, este, al que no pueden pagar, los ignorará con una absoluta falta de empatía o caridad, los despacha como se despacharía a un perro sarnoso que llegara a los umbrales de sus acomodados jardines.
  • Los traficantes de perlas o intermediarios son el típico producto del sistema capitalista. Voraces, egoístas, sin sentimientos, sin empatía. Abusan de la necesidad de los pescadores para ofrecer por el fruto de su trabajo precios irrisorios. Cuando más irrisorio, más margen de ganancias, que es lo que importa. Los vendedores, sumidos en la necesidad, no pueden defenderse ante estas prácticas. Aquellos se enriquecen a costa de la necesidad de estos. Pero todavía hay más. Uno de los requisitos que establece la teoría económica liberal clásica para que la mano invisible haga sus milagros es la competencia. Pero no cualquier competencia, la competencia perfecta. Otro mito de esta ideología que se encuentra con mercados mono-oligopolísticos ―o mono-oligopsonísticos― ante los que se cruza de brazos mientras reconoce que son mercados ineficientes. En aquel pueblo había muchos compradores de perlas, pero aquello no era sino un espejismo.

Se suponía que los compradores de perlas eran individuos que actuaban aisladamente, compitiendo en la adquisición de las perlas que los pescadores les llevaban. Hubo un tiempo en que era así, pero aquel método resultaba absurdo, ya que a menudo, en la excitación por arrebatar una buena parla a los competidores, se había llegado a ofrecer precios demasiado elevados. Esta extravagancia no podía tolerarse, y ahora sólo había un comprador con muchas manos.

Es un caso típico de monopsonio o monopolio de la demanda o, quizá, de cártel. Una práctica muy habitual ahora entre los grandes supermercados que imponen los precios que les da la gana a sus proveedores, muchas veces pequeños agricultores o ganaderos que, como en esta historia los pescadores de perlas, no tienen más remedio que plegarse a las condiciones leoninas que les imponen los que tienen el poder en el mercado.

  • La música es el motor que eleva a la poesía hasta las cotas más altas. A ver quién se iba a acordar ahora de la Oda a la alegría de Schiller si no hubiera sido porque Beethoven la elevó al reino de los cielos. Aquí la música no se oye, pero se siente. Cada elemento tiene su leitmotiv.

El pueblo a que Kino pertenecía había cantado todos los hechos y todas las cosas. Había ideado canciones a la pesca, al mar iracundo y al mar en calma, a la luz y las tinieblas, al sol y a la luna, y todas las canciones seguían en el alma de Kino y de su pueblo, conscientes y olvidadas.

La familia tiene su música, una música feliz, tranquila, serena,  como el runruneo de un gato casero. El propio Kino tiene su particular canción…

…cuyo ritmo lo marcaban los latidos de su pecho y su melodía estaba en el agua gris-verdosa y en los animalillos marinos que nadaban en torno suyo.

La gran perla tiene también su canción, la pequeña y secreta melodía de la Perla Posible. Una música que se fue contaminando, poco a poco, con la música del mal, del enemigo.

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Un día, Kino encuentra una gran perla, la Perla del Mundo. Y comienzan los sueños, sencillos, humildes, como era su vida: poder casarse, poder bautizar a su niño, vestidos, herramientas para su trabajo, también un rifle y, sobre todo, estudios para el pequeño Coyotito. Kino sabe que es la educación la que hace libre a las personas.

En la perla veía a Coyotito sentado en un pupitre del colegio como el que había visto una vez a través de una puerta entreabierta. Coyotito vestía chaqueta, cuello blanco y ancha corbata de seda. Más aún, Coyotito escribía sobre un gran trozo de papel. Kino miró a sus vecinos casi desafiador.

―Mi hijo irá a la escuela ―anunció, y todos quedaron fascinados― […] Mi hijo leerá y abrirá los libros, y escribirá y lo hará bien. Y mi hijo hará números, y todas esas cosas nos harán libres porque él sabrá, y por él sabremos nosotros.

Pero la música de la perla despertó a la melodía del mal. El médico, que antes había despreciado el sufrimiento de aquella familia, se presenta en su casa dispuesto a hacerse imprescindible y sacar una buena tajada. El párroco también se presenta con las mismas intenciones. Y en los oídos de Kino la música del mal se va sobreponiendo a la de la perla.

Pero la mano de Kino se había cerrado fuertemente sobre la perla y miraba en torno suyo con desconfianza, porque la música maldita estaba en sus oídos, intentando ahogar la de la perla.

Las gentes del pueblo apreciaban a Kino y temían que se convirtiera en un verdadero rico, una persona egoísta que desprecia el sufrimiento de sus congéneres. Temían que se hiciera real aquello de “ni pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió”.

Todos deseaban que la súbita riqueza no enloqueciera a Kino, no hiciera de él un verdadero rico, no lo sumergiera en toda la maldad del orgullo, el  odio y la frialdad. Kino era querido de todos; sería doloroso que la perla lo echase a perder.

Pero el temor comienza a apoderarse de Kino. Se materializará cuando intente vender su perla y no lo consiga debido a la complicidad interesada de los compradores. Se impone la huida, que no será fácil pues el mal acecha sin compasión.

El final es conmovedor y triste. Se intuye el fatal resultado casi desde el primer momento pero, aún así, los personajes, y el lector que los acompaña, luchan con desesperación por su felicidad, una felicidad que este mundo hostil les niega.

A pesar de todo, la lectura no es tan irritante ni indigna como lo hace, por ejemplo, la de Las uvas de la ira, del mismo autor. Aquí nos movemos siempre en un ambiente casi onírico, de cuento de Las mil y una noches. Aunque la historia es muy realista, está contada de tal manera que el universo que recrea nos coloca en otro plano, en el de la alegoría. Aunque nos encariñemos con la familia protagonista y nos indignemos con su situación de vulnerabilidad que la expone a los abusos de los poderosos, la pasión que provoca está más en el plano de lo místico que de la concreta injusticia social. No es fácil explicarlo, pero, repito, la sensación que deja en el cuerpo es muy distinta a la de la lectura de Las uvas de la ira o Germinal de Zola, estas sí, totalmente realistas, en la forma y en el fondo.

Una auténtica maravilla que se lee de un tirón, en un par de horas, y que me ha provocado grandes emociones, más como suele hacerlo la poesía que la prosa. Con el apercibimiento de que hay que enfrentarse a su lectura con buen ánimo, no es apta para momentos de crisis emocionales.

3 comentarios sobre “La perla — JOHN STEINBECK

  1. ¡Hombre, Steinbeck! ¡Pónganse en pie para saludar al maestro! Leí este libro en su momento y, aunque me pareció una obra menor, (aunque sea en volumen), comparada con Las uvas de la ira o Al este del Edén, me gustó mucho.
    En tus reseñas siempre dejas alguna «perla» (en este caso la pesco yo, no Kino) que me encanta: «Es mentira. En la sociedad de esta pequeña alegoría como en la real, viven mejor los que no trabajan…»
    Cuidado con lo que pedimos, que igual se nos concede…

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