El jardín de las delicias — FERNANDO MÉNDEZ GERMAIN

El jardín CONTRAPORTADA (2)

FERNANDO MÉNDEZ GERMAIN

El jardín de las delicias

***

Ed. Almuzara. Córdoba. 2024

***

Igual que una persona, sin mérito propio alguno, sentada en el sofá de su casa rodeado de latas de cerveza vacías y por vaciar y abundante remesa de patatas fritas, disfruta como si de un éxito propio se tratara de la victoria de un equipo de fútbol  con cuyos componentes no le une ningún vínculo material, a los que no conoce de nada más que por la tele, yo también, con más y mejores razones, desde mi absoluta torpeza para contar una historia, me lleno de orgullo y satisfacción vicarios cuando un amigo mío ―aquí sí hay una relación material― escribe un libro que, como le decía Cervantes al de Avellaneda, no debe de ser poco trabajo el hacerlo.

No me suelo entretener mucho en eso que los filólogos llaman el nivel pre-textual de las obras que comento a no ser que su contexto histórico o los aspectos biográficos del autor  tengan alguna relevancia o significación en su génesis o desarrollo. No es el caso, pero no puedo dejar de hacer mención de lo que hasta ahora es la obra literaria de este autor, que, viendo el gustillo que le está tomando a la creación artística, me parece que tiene un prometedor futuro. Ya comenté la estupenda biografía novelada que hizo de uno de sus abuelos, Jack of all trades, que publicó con pseudónimo para lo que eligió el nombre del protagonista, Eugène Germain. Aunque a lo que más se ha dedicado ha sido al cuento, con los que ha ido arrasando en cuantos concursos literarios se ha presentado, entre ellos el Fernández Lema de Luarca. Con ellos hemos pasado muy buenos ratos una amiga y yo que los solemos leer juntos.

https://www.deconcursos.com/fernando-mendez-germain-gana-el-premio-de-relato-corto-fernandez-lema-2019/

El género preferido, en el que, en mi opinión, mejor se desenvuelve es la novela negra ―habría que decir mejor “cuento negro”, pero no me suena dada bien―, con aspectos policíacos y de intriga y muchas imágenes escabrosas aunque elegantemente descritas. Y humor, por supuesto, del mismo color oscuro. Humor negro que roza muchas veces la ironía, cuando no se zambulle directamente en el sarcasmo, que siempre es un recurso de idealistas que han perdido la esperanza, y no digo que sea el caso, también puede haber una tendencia congénita a la morbidez.

Esta novela no defrauda. Con ese atavismo escolástico mío de querer clasificarlo todo, diría que se trata de una novela negra aunque muy particular, dada la singular psicología del protagonista. “Comedia negra” también sería un buen rótulo. Porque no pocas veces nos entrará la risa y otras tantas nos encontraremos con más de una muerte violenta y hasta sesos desparramados por las paredes. Escenas, repito, que son contadas con elegantes eufemismos, sin regodearse innecesariamente en lo truculento lo que a mí, dada mi natural mojigatería, no me iba a gustar demasiado. Lo escabroso solo si lo exige el guion, como decían las actrices de la época del destape.

Entrando en el nivel subtextual, el tema es muy sencillo, entre la intriga y la aventura que me ha recordado mucho a algunas novelas de Eduardo Mendoza ―desconozco el efecto psicológico que pueda provocar en un autor novel (o casi) el que lo comparen con uno ya consagrado, no sé si sentará bien o mal, pero no puedo dejar de mencionar esa conexión que han producido mis neuronas durante la lectura―. También da algunas pistas, para calibrar la personalidad del protagonista, el epígrafe que abre la novela, extraído de La conjura de los necios. Después veré algunas conexiones. Por debajo, como mar de fondo, también hay elementos de crítica social.

La secuencia principal es muy sencilla: se trata de la búsqueda, por parte del protagonista, de una persona que ha desaparecido misteriosamente. El protagonista, que se ha visto perjudicado en sus intereses −que el lector calificará, sin duda, de mezquinos− por esta desaparición, carente de cualquier indicio de altruismo, se pone a la tarea. Su investigación, sin pretenderlo y muy a su pesar,  lo va a enfrentar con los oscuros intereses de otros personajes con aspiraciones también mezquinas pero de bastante más envergadura, que opondrán resistencia para desesperación del aprendiz de detective que en ningún momento se imaginó que su investigación, que él, en un principio, consideró totalmente doméstica, llegara a alcanzar tan altos vuelos. Las subsecuencias se encadenarán por enlace unas con otras según progresen las pesquisas del protagonista que irán poniendo en serios problemas a los que, sin dolo ni premeditación, se han convertido en sus enemigos.

La sucesión de las secuencias se desarrolla en una línea temporal directa, con una pequeña retrospectiva al principio para identificar la relación material, diríase biológica, que une al protagonista con quien se convertirá en su némesis antagónica. Y, al final, un pequeño capítulo a manera de epílogo, que se desarrolla al cabo de un tiempo, ya calmados los ánimos del trepidante frenesí que acosará al protagonista durante algo menos de dos vertiginosas semanas. El ritmo en el que se presenta la trama es trepidante, con muy poquitas pausas, algunas disquisiciones morales o algunas postales turísticas, que el lector aprovecha para recuperar el aliento. El poder de captación es poderoso.

Cuando un autor decide crear el relato expresándolo en primera persona por uno de los personajes, hipoteca, en cierta medida, su propio estilo para comprometerlo con el estilo de este personaje, lo que exige una gran atención para no faltar a la coherencia. Al narrador omnisciente puede el autor manejarlo a gusto, pero el personaje tiene su propia singularidad y el autor se tiene que plegar a ella. Que se lo pregunten, si no, a Augusto Pérez, el protagonista de Niebla de Unamuno, celoso defensor de su libertad, sus intereses y su naturaleza.

Esta novela está narrada en primera persona por el propio protagonista, lo que supone que el nivel textual está supeditado a su propia psicología que, ya veremos, es bastante particular. No se dice su nombre, recurso muy utilizado en la literatura y que siempre resulta inquietante. Puede ser que con ello se quiera manifestar una cierta extrañeza tanto del personaje como de la realidad que vive, efecto utilizado mucho por Murakami, por ejemplo, o que sea como pasaba en las antiguas novelas de caballerías ―lo vimos en Chrétien de Troyes ―, que solo los elegidos, los vencedores o los amigos, pueden llegar a tener el honor de conocer el nombre del caballero. Porque dar a conocer el nombre es un acto de vasallaje o de extraordinaria confianza. También hadas y duendes, se dice, son muy celosos a la hora de compartir su nombre con extraños porque el que lo conoce adquiere alguna clase de poder sobre ellos. Dar el nombre es un gesto de sumisión o de confianza y parece que el protagonista de esta historia es demasiado celoso de su intimidad y con conciencia de superioridad.

De esta manera, toda la información que el lector va a recibir le llega a través de una única fuente, lo que puede dar lugar a que se haga una falsa idea de la realidad por subjetiva, tendenciosa y con tintes de pretensión y arrogancia. ¿Y cómo logra el autor mostrarnos la realidad objetiva exterior cuando el relato está totalmente mediatizado por la subjetividad del vanidoso personaje narrador?

Una técnica es poner distintas voces. Recurso utilizado en La conjura de los necios donde encontramos la versión del protagonista en sus cartas, diarios y otros escritos, y la versión en tercera persona del narrador omnisciente de los mismos hechos. Así, el lector puede ver la discrepancia entre las divergentes realidades que se dan en la cabeza de Ignatius J. Reilly por un lado y fuera de ella por otro.

Aquí la estrategia es algo más comprometida, puesto que todo se presenta en una única versión. Bueno, habrá que incluir en aquella los diálogos, que los hay abundantes, y en los que el narrador cede la palabra a otros personajes. La solución básica en este caso está en otorgar al personaje una inocente objetividad en el relato de los hechos mientras que la peculiaridad de su visión del mundo y de sí mismo se manifiesta en la interpretación que él hace de esta realidad. Por ejemplo, en el hecho de que, siendo víctima de una agresión, el personaje se haga un ovillo en el suelo incapaz de cualquier otra forma de defensa o retorsión, el lector verá cobardía, pero el narrador la presentará como una estrategia de combate digna del mismísimo Napoleón. O la expresión “―¡qué descanso!”, puesta en boca de su madre ante el cadáver de su padre que ofrece una doble interpretación según se atribuya el descanso a la madre o al padre. El lector lo tendrá claro por el contexto, pero el sujeto narrador parece optar por la contraria.

Así el lector, que recibe una versión objetiva de los hechos, puede ir comparando su propia interpretación con la que hace el protagonista que, en no pocos casos, serán bien distintas con lo que  se llega a conocer mejor los finos y retorcidos engranajes de su cabeza.

Por tanto, al hablar del nivel textual habrá que hacerlo sobre la base de la peculiar psicología del protagonista narrador.

Ahora voy con él, pero antes hay que hacer una referencia al aspecto espacial. A pesar del título y de la sugerente portada, se trata de una novela fundamentalmente urbana. Madrileña para más señas. Cuando empecé a leer me situé, inconscientemente, en el barrio de Aluche de la capital, ¡vaya usted a saber por qué!, pero pronto me tuve que trasladar al centro, a la calle Desengaño. En toda España hay muchas calles con estos nombres tan divertido, como del Calvario, de las Angustias, de los Dolores, de la Amargura, del Desamparo… Por cierto que en esta misma calle Desengaño, una calle pequeña situada en lo que en otros tiempos era la siniestra trastienda de la Gran Vía, unos luarqueses, hace ya muchas décadas, fundaron una de las droguerías más prestigiosas de Madrid que, aunque conserva su estética ―está declarada como bien protegido o algo así por el ayuntamiento, porque es realmente bonita― ya no pertenece a la familia asturiana fundadora y será, quizá, de algún fondo buitre como poco a poco van siendo todos los locales, negocios y edificios del centro madrileño.

DSCN0121

Viene este local a colación porque también Luarca y Valdés, el ayuntamiento asturiano del que aquella es la flamante capital, van a ser escenario de algunas aventuras que a algún lector le hubiera gustado que fueran más y más largas para haber estado más tiempo en aquellos fresquitos y verdes espacios. Pero bueno, en Madrid tampoco se está mal. Aunque el Madrid de la novela me haya parecido un tanto anacrónico. La acción se desarrolla, claramente, en este siglo XXI, pero el ambiente y los espacios en los que se mueven los distintos personajes son más propios de los años ochenta del pasado. El centro de Madrid ya no es barrio ni, mucho menos, decadente, sórdido o bohemio, sino un gran parque temático lleno de turistas. Ni hay bares con serrín en el suelo, ni siquiera gambas con gabardina ni taberneros confesores sino franquicias multinacionales y locales estándar nada castizos. Es el progreso. El Madrid de la novela gana mucho con respecto al de la cruda y liberal realidad actual. Por mi parte, se agradece ese ambiente.

Las escenas asturianas se reducen a un viaje del protagonista a aquella región, a Luarca, y al interior del ayuntamiento de Valdés. Viaje que realiza, por cierto, por medio de otra empresa de aquella imperialista localidad: ALSA. Unas pinceladas en verde y azul entre las que se encuentran unos interesantes apuntes sobre el pueblo vaqueiro. Y un consejo: igual que es conveniente ir al supermercado con el estómago lleno, también es conveniente leer estos capítulos después de haber comido porque si no, como me pasó a mí por falta de precaución, nos va a entrar un hambre canina provocada por la extraordinariamente generosa hospitalidad de la paisana del lugar y la abundancia de su despensa.

***

EL PROTAGONISTA:

El traje, claro está, había sido confeccionado según las medidas de la constitución tuberculosa y subdesarrollada del antiguo vendedor y, pese a los muchos tirones, inhalaciones y esfuerzos, fue imposible encerrar en él mi cuerpo musculoso. (I. J. Reilly)

Puedo decir, sin que sea adulación ―no la necesito para ser invitado a una sidra―, que el personaje está estupendamente creado. Tiene vida propia. Lo que no llego a ver es si hay algo en él del autor ni en qué medida. Porque quien escribe siempre pone un poco de su corazoncito entre las líneas.

Ignatius j reilly

Se le puede atribuir la idea de que el egoísmo es la única forma de auténtica libertad. De unos cuarenta años, sin oficio ni beneficio que se sepa, con estudios, aunque no sepamos cuáles, quizá filología puesto que es un lince resolviendo crucigramas, que ya se sabe que es una de las pocas cosas para las que resulta útil aquella ciencia. Leído. Conoce a Ulises, al Cid y a Ignatius J. Reilly, con quienes se compara en uno de sus innumerables alardes de inmodestia. También se puede deducir, por algunas expresiones, que Don Quiijote de la Mancha ha estado entre sus lecturas.

Sin más valores que su egoísmo y su egocentrismo. De elevada autoestima, muy parecido en esto a J. Reilly, parece despreciar al mundo y a todos sus habitantes a los que considera muy por debajo de su talla moral e intelectual. Con él no va la máxima kantiana que rechaza la utilización de un ser humano como medio, pues, según el filósofo alemán, siempre habrá de ser considerado como un fin en sí mismo. En su cosmovisión, todo el mundo, todos los seres, humanos y no humanos, están ahí para que él pueda servirse de ellos, para eso quizá los haya puesto Dios.

Es tradicionalista, algo homófobo y racista, quizá escorado hacia el extremo diestro del espectro político. Detalles que he deducido entre líneas, quizá me equivoque. Defiende el liberalismo económico y el valor de la competencia.

Porque qué duda cabe que la competencia es el combustible que propulsa al progreso verdadero en nuestra equilibrada y próspera sociedad de consumo y libre mercado.

Lo que no le quita para que, en algún caso, se haga el remolón a la hora de pagar sus deudas. Y, sin duda, prefiere que el trabajo lo hagan otros.

De todas formas, él vive una vida sencilla, austera, con total disponibilidad para dedicarse a sus crucigramas. No parece ambicioso ni amante del lujo o la opulencia. La imagen que el lector se hace del personaje, entresacando detalles de aquí y de allí, probablemente no va a coincidir con la propia imagen con la que él mismo se presenta. Él se define como un acomodado burgués intelectual en cuyas entrañas hiberna un guerrero indomable que se manifiesta cuando hay que superar circunstancias adversas. Se atribuye, sin rubor, arrojo, gallardía y buena forma y califica de epopeya las aventuras que aquí nos relata. Épica es también su batalla doméstica –creo que perdida− contra el desorden y la suciedad en su piso una vez que la vida ―o la muerte― lo privó de su abnegada madre. Dice tener buena fama aunque nos cuente las peripecias que tiene que hacer para esconderse de la presidenta de la comunidad de vecinos donde tiene su vivienda.  Alguien querido y con buena fama no se anda escondiendo de nadie.

Cree en el sistema y en la honradez de los políticos, lo que no quita para que, en su opinión, de vez en cuando pueda aparecer entre ellos algún garbanzo negro o salir alguno rana, utilizando la metáfora de una conocida política madrileña.

Quizá fuera la excepción a la regla, el verso suelto del modelo de rectitud, solidaridad y fraternidad que rige nuestra sociedad de forma vertical, desde arriba hasta abajo, comenzando por nuestros admirados líderes e impregnando el resto de estamentos hasta llegar a los estratos más bajos, conformando todo ello un engrudo saludable, honrado y solidario que adorna este gran país en el que vivimos, lleno de buenos sentimientos, grandes oportunidades, generosidad y temor a Dios.

No sé si es ingenuidad, inocencia, candor, disonancia cognitiva o, sencillamente, que no se entera de nada, como cuando muestra su perplejidad porque en una pensión de la zona alquilen las habitaciones por horas manifestando con natural candidez su extrañeza sobre la finalidad que podría tener un arrendamiento tan breve.

El estilo ya se ve en la cita anterior: una retorcida retórica barroca, llena de ingeniosas perífrasis eufemísticas que esconden un cierto pudor. No sé si debido a sus estudios, sean los que sean, o a su natural talento, lo que no se le puede negar es una gran elocuencia, lo que es de agradecer pues vamos a pasar algunas horas escuchándolo contar su historia. No demasiadas. Son doscientas páginas y yo hubiera atendido a este peculiar personaje bastantes más muy a gusto. Un personaje tan rico, tan singular que lo veo con la suficiente aptitud como para protagonizar más épicas aventuras en el futuro.

***

OTROS PERSONAJES:

El único personaje retratado con profundidad psicológica es el protagonista, lo que no quita para que entre la comparsa que pulula a su alrededor no aparezcan figuras también muy particulares.

  • AVELINO. Y el primero es uno que, en realidad, no aparece por ningún sitio. Es como la mamá de Marco o la Dulcinea de don Quijote, siempre presente y siempre ausente, norte y guía de los caminos del protagonista al que nunca le cayó simpático, que vio como a un rival desde que tuvo noticias de él, del que, en venganza quizá, intentó aprovecharse, y al que siempre infravaloraba hasta que, lanzado en su búsqueda una vez hubo desaparecido, y conforme iba descubriendo detalles de su vida, se dio cuenta de que valía mucho más de lo que parecía; que detrás de aquella frágil mosquita muerta –frágil en cuanto a voluntad e inteligencia, no en el físico− se encontraba un tiarrón del norte capaz de grandes acciones, dignas de un agente del Mosad, del M16 o de la CIA. Incluso yo creo que el protagonista, en algún momento, llegó a pensar que Avelino valía más que él, lo que, sin duda, le produciría una gran angustia. Avelino parece que llevaba una vida bien activa. Entre los ambientes que frecuentaba estaba su mancebía de referencia, muy particular, como veré ahora, donde era conocido como Velón; Línux lo llamaban sus compañeros informáticos con aspiraciones a hacker, un grupo de frikis digitales que, para insultar a alguien le espetan: “−¡analógico!”.
  • LA CHONI. Es una lumi de las de antes, de las que ya no se ven por el centro de Madrid, con la que el protagonista mantiene una relación ambigua. Muchas veces le da, ella a él, protección y cobijo. Da la impresión de que ella le tiene un sincero cariño.
  • EL RUSO. Un afanoso emprendedor afincado desde hacía más de diez años en nuestro país aprovechando las oportunidades del mercado y la laxitud del código penal, auspiciado todo ello por nuestros preclaros gobiernos. O, dicho en latín vulgar: el protector de la Choni.

Y me anulo y me atribulo // y mi horror no disimulo, // pues aunque el nombre te asombre // quien obra así tiene un nombre, // y ese nombre es el de … chulo. (Don Mendo dixit)

Todos los favores que, desinteresadamente y, por lo que parece, con auténtico cariño, le haga la Choni al protagonista, no necesariamente sexuales, el Ruso, que no entiende de sentimentalismos ni zarandajas, intentará cobrarlos sin atender a atenuantes ni eximentes de ninguna clase, por muy bien que estén alegados por el deudor.

  • EL CHINO. Regenta un bar de barrio que frecuenta el protagonista y otra fauna inadaptada y marginal de la zona. A veces confesor, a veces asesor y siempre, como el ventero aquel del Quijote, más atento a su negocio que a los ajenos.
  • DILAN EDMUNDO. Un ecuatoriano del barrio que, sin duda, en el día del juicio final en el que el protagonista comparezca ante el supremo Juez, testificará en su contra acusándolo de la más absoluta, flagrante, desconsiderada y de desgraciadas consecuencias, infracción del principio kantiano que dije más arriba.
  • DOÑA EULALIA. Aunque no asombre tanto el nombre, trabaja en el mismo sector industrial que el Ruso. Tan diferentes entre ellos en la forma como lo puedan ser los locales de el Chino y el de Ferran Adrià, ambos del sector de la restauración y la hostelería. El local de doña Eulalia tiene el pomposo nombre de “Los gozos y las sombras” y Avelino, o Velón, se siente aquí como en su casa, muy querido por todas las residentes, empresaria y trabajadoras. Estas, cuya ligereza de ropa el protagonista atribuirá a un excesivo calor en el local, están versadas no solo en las artes amatorias sino también en las literarias y hasta en las filosóficas. El protagonista disfrutará, por ejemplo, de una elocuente alocución sobre el síndrome de Bartleby por parte de una de las hetairas del saber. Por cierto, el estupendo cuento de Melville se puede leer en la página de Ciudad Seva.  El narrador protagonista, que debe de conocer bien a esta empresaria ―o emprendedora, como se dice ahora―, nos cuenta, en un divertido paréntesis de sus aventuras, las astutas artimañas con las que consiguió el crédito necesario para financiar su emprendeduría, su empresa, quiero decir y cómo embaucó al director del banco del barrio. Todo un cuento en miniatura.

Otro local de la zona donde es conocido el protagonista, por vecindad, no por otra cosa, es el Bear’s country, cuyos clientes también van a auxiliar al improvisado detective y librarlo de algún peligro. Ayuda desinteresada, de buenos vecinos, no vayamos a pensar que aquellos clientes se cobraron el favor. Al menos, nada se dice.

  • EL SIETEVIDAS. A este personaje el narrador y/o el autor le muestra una especial simpatía. Le dedica algo más de cuatro páginas que bien pudieran constituir un cuento independiente en el que se relatan las curiosas vicisitudes de su vida. También a este, como a Dilan Edmundo, el protagonista lo utilizará para sus maniobras aprovechando sus muy particularidades habilidades, virtudes, dones o carismas, como lo queramos llamar.
  • STA. MANOLI. Otro entrañable personaje. Para conocerlo, el protagonista se desplaza a la zona de Tetuán, un barrio entre obrero y suburbial del norte de Madrid que casi linda con otros barrios donde se desenvuelve la nobleza financiera el país, lo que llevará al protagonista a un triste desengaño. La señorita Manoli es una empleada de Promotoras Costa Verde S.L., más o menos. El entramado detrás de esta empresa es donde más amargo se vuelve el relato. Todo ese mundo donde se mezcla el Club Bilderberg, fondos de inversión, paraísos fiscales o reptilianos alienígenas se nota mucho que desespera al autor porque es donde saca toda la artillería más cruda ―siempre fina y elegante― del sarcasmo y, aunque en más de una ocasión te hace reír, es una risa amarga si se comparte mínimamente la ideología subyacente. El mundo de la señorita Manoli también tiene enjundia para una entretenida historia; no de un cuento, de una larga novela. Un relato de distopía social, de poder financiero internacional, de corrupción al por mayor. Y los escenarios están muy bien escogidos. Comienzan, engañosamente, en las magnificencias de la noble y financiera zona de Azca y del Santiago Bernabeu, pero, donde de verdad se cuecen las habas, es en la sordidez de un bajo de lo más profundo del barrio de Tetuán. No sé si habrá sido elegido intencionalmente, pero como símbolo me parece genial.
  • ETELVINA. Y nos vamos de Madrid hacia la verde Asturias en la que algunos quieren sustituir los prados y los árboles por explanadas de asfalto y edificios de ladrillo, mutación a la que llaman “progreso”. Si dije antes que veía algún anacronismo en el retrato del barrio de Madrid donde se mueve el protagonista, también en este entrañable personaje veo algo parecido. Etelvina es una paisana de una apartada braña del municipio de Valdés. Su inveterada hospitalidad parece de otros tiempos, ejercida hacia el forastero con amor de madre o de anfitrión semita al que todo se hace poco para su huésped. El protagonista, urbanita receloso cuando se ve fuera de su entorno natural, quizá con alergia al aire del monte y que añora el humo de los autobuses si se ve aislado en el campo, será cautivado por su amabilidad y, como dije antes, por la abundancia de su despensa que pone enteramente a su disposición. El mundo de doña Etelvina es demasiado antiguo y muy romantizado. En el siglo XXI ya no hay aldea ni en Asturias ni en Galicia ni en ningún sitio de España que no luzcan en los tejados de sus casas antenas de televisión o receptores de señales de internet. Y, por supuesto, baño completo. Hasta el bar-tienda de San Feliz de la señora Maruja lo tiene. Es verdad que para ir a él hay que cruzar la carretera, hay que poner ingenio para abrir la puerta y tiene todavía el ancestral mecanismo de la cisterna en lo alto y una cadena o, mejor, cuerda para, tirando de ella, dar paso al agua corriente que, como si de un milagro se tratara, arrastra los residuos y los hace desaparecer. Yo viví mi infancia sin estos adelantos, donde el váter era un corral con gallinas, y no tiene nada que ver. Toda Asturias hoy en día, desde Bulnes a Brañaverniza, está plenamente civilizada. A pesar de todo le otorgamos al autor su derecho a las licencias poéticas y literarias que le vengan en gana porque para eso es dueño y señor del relato y no se tiene que someter para nada a la tiranía del rigor y veracidad que atenazan, por ejemplo a un historiador. Y no solo eso, sino que hasta se lo agradecemos por el poder evocador que nos hace zambullirnos con agrado en su diégesis narrativa. Como pasó con Madrid, también aquí el relato se sitúa por encima de la mediocre realidad de estos calamitosos tiempos.
  • CASCOS, LETICIA, CHENOA. No voy a decir quiénes son los personajes que se esconden detrás de estos nombres. No sé si es mala idea del autor o excesiva afición de la señora Etelvina. No lo sé, pero me lo imagino. Dejo la intriga.
  • LA VETERINARIA. Que ye una nena muy salada, a decir de doña Etelvina. Solo aparece en una breve escena y prácticamente no tiene ningún papel en la historia de las aventuras del protagonista, salvo que su natural intrepidez y temeridad lo salvan, sin que ella sea consciente en absoluto, de un peligro que lo venía acechando. Es un personaje casi de relleno pero yo sé que hay mucho detrás. Quizá la dedicatoria de la primera página dé alguna pista.
  • BALDOMERO MIRANDA. Concejal de urbanismo de Valdés, Asturias. Quizá el autor debía haber puesto antes de empezar la trama, aquella advertencia de que los personajes son inventados y que cualquier parecido con la realidad… etcétera, etcétera. Este personaje es uno de esos ciudadanos que llevan toda la vida alimentándose de la ubérrima ubre de la política pero cuya codicia no se ve satisfecha por sus legítimas retribuciones y cuya motivación última no es, en absoluto, el interés general. Por lo poco que de él se dice, es de esos que emponzoñan la política y lo público. En la búsqueda de su inquilino-compañero, el protagonista se va a encontrar con el entramado de este personaje que se verá perjudicado por las pesquisas del detective accidental. Aunque se dé siempre entre bastidores, nunca a la luz de las candilejas, la relación entre Avelino y Baldomero es la clave de toda la intriga. Y la palabra que define esta relación también es una palabra fea.
  • CELESTINO GAYO FEITO. ¿Un sociópata?, ¿un anarquista? Más bien se trata de un paisano de una braña de Valdés elegido por la infinita justicia divina para ser el ejecutor ―involuntario, pues él no sabe nada de su importante misión de ángel exterminador― de sus sagrados designios; justicia que, no sabemos por qué, no siempre la pone en práctica con la contundencia con la que aquí se hace y quizá debería hacerlo más a menudo por el bien de todos.

***

Ya dije que, en la forma, quizá pudiéramos colocar la obra entre la novela-comedia negra. Por ella pululan intrigas, mafias, matones, intereses espurios, supervivientes de una sociedad opulenta, paisanos que cantan asturianadas, además de toda una fauna de inadaptados y decadentes. Pero detrás se encuentra la amarga denuncia de la corrupción y algunos temores del autor.

Hace ya algunos años, el ayuntamiento de Valdés pretendió relajar las normas urbanísticas de Cadavedo, uno de los pueblos del ayuntamiento, con lo que se fomentaba la urbanización indiscriminada en un precioso pueblo que combina todavía las construcciones con los prados y otros espacios abiertos. El pueblo se puso el pie de guerra bajo el lema “Cadavedo rural” y el consistorio tuvo que ceder ante la presión de los vecinos. En general la parte occidental de Asturias está menos urbanizada que la oriental, pero el turismo aprieta, los intereses económicos son poderosos y están dispuestos a hacerse, por las buenas o por las malas, con voluntades políticas y poder desarrollar sus planes de progreso para la sociedad llenando todo de oferta turística.

Cadavedo rural

Y no, no se desprecia por allí a los madrileños ―que se ha convertido en sinónimo de turista― porque sí. Yo mismo, que sea de donde sea, me presento siempre como madrileño, quizá porque Madrid es, en cierta medida, la patria de los sin patria, he sido siempre extraordinariamente recibido en aquellas tierras, muchas veces sin tener que envidiar la  magnanimidad de la señora Etelvina.

DSCN0078

***

He disfrutado mucho con la novela. También a mí me gusta la novela policiaca, de intriga o negra que, en absoluto, es “subliteratura”, como llega a decir Carlos Reis en su “Fundamentos y técnicas del análisis literario” (Gredos. Madrid. 1985, pg. 87). Cuando comenté la obra de Fereydoun-hoveyda, “Historia de la novela policiaca”,    ya hice algún comentario sobre los prejuicios que algún sector de la intelectualidad más integrista mantiene ―quizá ya no tanto― sobre este género literario que tanta satisfacción ha dado a tantos.

Esta novela es de lectura relajada. Divertida, entre otras cosas, gracias la ingeniosa elocuencia del narrador, además de desarrollarse en ella una intriga embaucadora. Pero si bajamos a un nivel más profundo quizá la diversión deje paso a la indignación pues nos metemos en los descorazonadores submundos de la corrupción y las mafias. Y, para que no falte de nada, también los medios de comunicación se llevan su buena ―y merecida― ración de crítica.

El jardín CONTRAPORTADA (1)

2 comentarios sobre “El jardín de las delicias — FERNANDO MÉNDEZ GERMAIN

  1. Uno piensa si vale la pena tomarse el trabajo de escribir una novela solo por el placer de leer después un reseña tan buena como esta. No solo por lo halagadora (que también), sino por lo estupendamente elaborada, diseccionando con acierto (y mucha generosidad) cada aspecto de la obra.

    En cuanto al libro en sí, pues está todo dicho, o casi todo. Solo añadir que, quizás, todos llevemos dentro de nosotros algo del personaje principal, aunque no lo queramos reconocer: egoísmo, engreimiento e insolidaridad; y todos, en el fondo, aspiramos a ser espíritus libres como Avelino, Etelvina o Celestino.

    Y sí, claro que hay un trasfondo de crítica social que impregna toda la novela. Me quedo con la frase de: «Toda disidencia debe ser desterrada… hoy es una vara de avellano, mañana puede ser una bomba, pasado un discurso».

    Gracias de corazón y enhorabuena por tan maravillosa entrada.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario