“Cabeza de turco” — GÜNTER WALLRAFF

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GÜNTER WALLRAFF

“Cabeza de turco”

(1985)

Edit. Anagrama. Barcelona, 2011

Fotos: Günter Zint

 

Desde que la intrépida periodista norteamericana Nellie Bly (1864-1922) se introdujera de incógnito en un manicomio haciéndose pasar por paciente para sacar a la luz pública la pesadilla que se escondía tras sus muros, el periodismo encubierto, o gonzo, como lo llaman ahora, no ha dejado de deparar sorpresas.  Su trabajo “diez días en un manicomio” [en castellano publicada por editorial Buck, Barcelona 2009] le granjeó el premio Pulitzer y tuvo importantes repercusiones en cuanto a medidas penales y reformas legislativas sobre la condición de las personas internas en estas instituciones, pero también podía haber acabado con la vida o la salud mental de la autora. Porque es una actividad siempre arriesgada, especialmente cuando se intentan desenmascarar a mafias organizadas. ¡Hay que tenerlas ‒las glándulas sexuales, sean las que sean‒ bien puestas!

Por lo que he podido leer por ahí, Günter Wallraff es un auténtico maestro del tema. Sus trabajos han llevado a la cárcel a más de uno, han motivado reformas legislativas, uno de ellos, incluso, llegó a abortar un golpe de estado que se estaba fraguando en Portugal después de la Revolución de los Claveles. También le han llovido demandas, parece que muchas sin éxito, ha sufrido detención y torturas durante la dictadura militar en Grecia, y, en concreto este trabajo que aquí traigo, le dejó de recuerdo una afección pulmonar crónica, y podía haber sido peor si no se hubiera retirado a tiempo en su pretensión de realizar trabajos peligrosos en una central nuclear.

En el libro echo de menos, por parte del autor,  algún capítulo previo en el que hubiera contado con algo de detalle la metodología, preparativos y apoyo externo, que utilizó en su aventura; y por parte de la editorial un apéndice en el que se diera cuenta de las repercusiones que conllevó la publicación del libro, aparte de que fuera un auténtico éxito editorial, como demandas que tuvo que soportar y su resultado, y cualquier tipo de decisiones administrativas o legislativas que se hubieran llevado a cabo. O, como mínimo, alguna bibliografía del autor, aunque no fuera más que por hacer publicidad de la propia editorial. Porque por internet no es fácil encontrar información por ser un libro antiguo (se publicó por primera vez en 1985), por hallarse muy dispersa y la gran mayoría en alemán. Algunos videos con entrevistas al autor se pueden ver en YouTuve.

Nada de ello le quita interés a un libro que en no pocas ocasiones pone la carne de gallina y que lo llena a uno de desesperanza si considera que han pasado más de treinta años de aquellas experiencias.

En un trabajo posterior Wallraff tratará más en general sobre los desposeídos o marginados sociales en general [Con los perdedores del mejor de los mundos, edit. Anagrama. Barcelona 2010], en este, realizado a mediados de los años ochenta, trata principalmente dos temas: la exclusión social de los inmigrantes y la explotación laboral de los más necesitados por parte de personas sin escrúpulos que aprovechan precisamente de esa circunstancia, la necesidad. Nihil novum sub sole.

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Wallraff es un maestro del disfraz. Nada que envidiar a Sherlock Holmes en sus mejores transformaciones. Porque que un alemán se disfrace de turco y dé el pego tiene su  mérito. Pero así fue, o al menos, así lo cuenta. Transmutado de ario en inmigrante ilegal turco, Alí, y después de haber hecho algunas comprobaciones sobre la eficacia del disfraz, Wallraff se lanzó al mercado laboral a ganarse la vida.

Con no poco sentido del humor para probar el disfraz no se le ocurrió otra que meterse en una convención de alemanes pro-nazis, o entre fanáticos de la misma inclinación en un partido de fútbol en el que se enfrentaban las selecciones de Alemania y Turquía, ¡que hay que echarle valor!, y como guinda se presentó ante el líder conservador ‒por no decir algo peor‒ bávaro F.J. Strauss como enviado de los Lobos Grises, organización neofascista turca. Consiguió incluso un autógrafo del político alemán.

Después de estos ensayos no dudó de la bondad de su disfraz y se puso manos a la obra.

El primer trabajo lo desempeño en la famosa cadena de comida rápida McDonald’s. Sí, sí, en esa. Lo que cuenta no se aparta mucho de lo que denuncian en estos tiempos sus detractores: mala, malísima calidad de la comida que se ofrecía y unas condiciones laborales leoninas. Entre otras curiosidades los pantalones del uniforme no tenían bolsillo para que no se pudiera guardar las propinas y así tener que depositarlas en la caja. Claro, que tampoco podía llevar un pañuelo, lo que conllevaba las peores consecuencias que podamos imaginar.

Con jornadas extenuantes, sin poder sentarse ni un momento, sin comité de empresa, y, además, sufriendo constantes humillaciones por parte de los clientes.

Después hizo unas incursiones en la construcción, y lo mismo, trabajos duros, sin horarios, sin medidas de seguridad, con salario de miseria, sin papeles, lo que quiere decir sin seguridad social ni derechos laborales de ninguna clase. Lo típico, vaya.

Antes de meterse a trabajar en una empresa de trabajo temporal Wallraff, al que parece que no le falta, a pesar de todo lo vivido, el sentido del humor, tuvo la ocurrencia de comprobar cómo era recibido un turco pobre por la Iglesia Católica a la que acudió a solicitar el bautismo. De todos los curas con los que habló solo uno lo trató con dignidad y le ofreció el bautismo sin que existieran, por su parte, impedimentos burocráticos. Los demás, como funcionarios de lo sobrenatural, no hacían más que ponerle pegas sin dejar de mirarlo con bastante recelo.

El socarrón de Wallraff todavía fue un poquito más allá. Se presentó en una comuna de los Bhagwans, los seguidores del gurú multimillonario indio Osho, o  y solicitó su ingreso. La conversación con el encargado de recibir al postulante es divertidísima.

A partir de aquí pocas gracias.

***

Es normal acusar a los viejos de tener una visión pesimista acerca del presente y de tender más a la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Me parece que yo estoy llegando ya a esa categoría porque empiezo a ver el presente con esa perspectiva, no sé si decir senil o senatorial, en el sentido de que la dinámica social, política, económica, y hasta cultural, se encuentra en franco retroceso respecto a unas décadas atrás.

En el ámbito de lo laboral, por ejemplo, el Estatuto de los Trabajadores del gobierno Suárez de 1980 fue bastante avanzado en cuanto a la protección de los trabajadores y al reconocimiento de sus derechos. Desde entonces todas las reformas que se le han ido haciendo por “socialistas” y “populares” ha sido en la dirección de lo que llaman “flexibilización del mercado del trabajo”, que en castellano antiguo significa recorte o eliminación de derechos laborales, inmolados en el sacrosanto altar de la “competitividad”, que no consiste en otra cosa que rebajar el trabajo a mercancía, sin más valor que el contable y sin tener en cuenta que detrás de la fuerza de trabajo hay seres humanos. Todo en beneficio de unos pocos.

En otro orden de cosas, en 1989 el mundo entero celebró la caída del Muro de Berlín. Hoy es un negocio bien rentable dedicarse a la fabricación de alambres y construcción de vallas y muros que crecen por todo el mundo.

No sé si será cierta la frase que he leído no sé dónde y que se atribuye a uno de los hombres más ricos del mundo, tampoco sé cuál ni importa:

La lucha de clases existe, y la vamos ganando.

Es verdad que ahora la sociedad mundial es extremadamente variopinta en cuanto a matices sociales respecto a la distribución de la riqueza. Que entre el que menos tiene y el que más hay todo un continuo lineal en el que es muy difícil establecer los límites para identificar dónde empieza y dónde termina cada ‒supuesta‒ clase social. Dejando aparte matices que son muy fáciles de explotar en un discursos llenos de falacias, lo cierto es que, según encuestas que publican muchos organismos, públicos y privados, un puñado de familias, un porcentaje reducido de la población mundial, acumula más riqueza que la mitad de la humanidad junta, y que los personajes de los que nos habla Wallraff en este libro son, como lo titula en alemán, ganz unten, lo más bajo.

Uno podría pensar que, puesto que los casos que aquí se cuentan se ubican en el estado de derecho de la moderna, ordenada y democrática gran Alemania, no sería difícil encontrar situaciones todavía más sangrantes yendo a países como Marruecos, Bangladesh, Vietnam, Brasil o China.  Pero no, Wallraff nos cuenta casos de auténtica esclavitud. No faltan más que las cadenas.

El compañero alemán Hermann T., de unos treinta y cinco años, es uno de los más diligentes «hacedores de horas» que tiene Remert [empresa de trabajo temporal, ETT]. Y se le nota. Tiene el semblante blancuzco tirando a gris. Está exhausto y flaco como un fideo. Durante una temporada estuvo sin trabajo y es uno de los pocos que se sienten agradecidos de que les dejen trabajar hasta caerse al suelo de agotamiento.

Eso, y encima agradecidos. Que se oye ahora mucho por ahí. Se entiende que agradecidos los que generan la riqueza, los trabajadores, no los que se la embolsan. Parecería más lógico que fuera al revés, pero no, las tendencias políticas actuales van en esta dirección. Con decir que aquello de las plusvalías del trabajo son ideas marxistas ya no hay que razonar nada más, se desacredita por sí solo.

***

Wallraff, convertido en el turco Alí, va buscar empleo por medio de la ETT Adler. Esta empresa ofrece mano de obra a empresas grandes para realizar cualquier tipo trabajo por penoso que sea, y siempre a buenos precios.

Para Thyssen, este precio por cabeza pagado a la gente de Adler le resulta siempre más barato que sus propios trabajadores de plantilla, puesto que se eliminan las vacaciones pagadas, la paga de navidad, el cobro del salario en caso de enfermedad y otros logros sociales, así como la protección contra el despido.

Empresas de categoría y renombre como Thyssen, Carbones del Ruhr, Química del Ruhr o General Electric en Holanda, se ahorran unos marquitos ‒en aquel tiempo la moneda alemana era todavía el marco‒ y el señor Adler se mete en el bolsillo también una buena cantidad. Y ¿quién paga? Pues el que está ganz unten, los trabajadores, los que generan la riqueza con su fuerza de trabajo. Para esos muy poco, y, además, más les vale que se muestren agradecidos, si es que no quieren quedarse sin nada, que siempre planea sobre ellos la sombra de esta amenaza o chantaje.

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Y ¿por qué? Pues como diría aquel, ¡es el mercado, amigo! La demanda de empleo es enorme en relación a la oferta y claro, el precio de equilibrio, como dicen los economistas, pues es muy bajo. Pero todavía es menos lo que se paga pues se juega con la necesidad de las personas que están dispuestas a dar lo que sea por sobrevivir. La necesidad y el miedo son dos herramientas poderosas que utilizan los que se llevan la tajada para explotar a los trabajadores. Y, además, algo que ya no es propiamente una cuestión económica sino humana, a tratarlos con desprecio y someterlos a humillaciones constantes, muchas de ellas gratuitas, o sea, sin contenido económico, de humillar por humillar, porque el que está ganz unten va a aguantar lo que sea y ¿quién se resiste a hacerse el chulete con ellos?

Antiguamente se gastaba más consideración con los esclavos; tenían un valor y se procuraba que su trabajo durase lo más posible. Aquí les da igual cuándo revienta uno, porque hay bastantes esperando a ver si consiguen tu puesto.

En el caso de Alí se juntaba, además de la necesidad económica y de supervivencia, la circunstancia de ser un inmigrante ilegal, lo que lo hacía especialmente vulnerable. Ya sabemos cómo se trata al extranjero.

…y si vienen extranjeros a nosotros, / con un abrazo le entregamos la amistad…

Decía aquella tremenda canción patriótica y machista. Se refería, claro está, a los extranjeros ricos, a esos que van dejando propinas de billetes de 500 euros y que si se les cae uno al suelo no se agachan a recogerlo, venga de Perú, de México, de Bulgaria o de Arabia Saudí. Ahora, si el que viene lo hace sin nada, entonces no, porque  a lo que realmente vienen es ¡a quitarnos el trabajo! Y sí, a robar también. Como si alguien abandonara su tierra y su familia y se jugara sus pobres ahorros, incluso la propia vida, por el capricho de quitarnos a nosotros, la buena gente del primer mundo, nuestro trabajo.

Ciertamente que la inmigración masiva y por necesidad es fuente de un montón de problemas, y ninguno pequeño. Ninguna de las dos soluciones que se plantean en foros políticos me parece adecuada para resolver este asunto. Ni aquellos que abogan por la apertura total de fronteras y permitir que vayan viniendo en masa sin ningún control, y mucho menos los que se empeñan en construir vallas y más vallas y muros y más muros. La primera medida, desde luego, es muchísimo más humana, pero no es la solución. Porque la solución no está en los países receptores, sino al otro lado, en los de origen. Y tampoco depende de políticas nacionales sino internacionales. La solución ha de ser global. Mientras haya una tercera parte del mundo que esté expoliando descaradamente a las otras dos, con la connivencia de políticos corruptos a uno y otro lado, y se consienta que la riqueza en África, América Latina, Europa Oriental o Asia esté en manos de cuatro individuos y se condene a la mayoría de la población a la miseria, o utilizando palabras de Eduardo Galeano, cuando se termine el sinsentido de que tierras ricas hagan hombres pobres, no se solucionará el problema de la inmigración.  Y seguirán muriendo seres humanos y otros seguirán siendo explotados para el beneficio de gente sin empatía y sin escrúpulos.

Alegraos de tener trabajo, que no sois más que extranjeros.

El auge de ideologías fascistas o filonazis en toda Europa tiene mucho que ver con esto. En Alemania, según la experiencia que nos cuenta Wallraff, se trata ‒o se trataba en aquellos años 80’‒ a los turcos y demás inmigrantes baratos con bastante desprecio. No por parte de todos, es cierto.

Wallraff nos cuenta que tuvo que hacer trabajos penosos, extenuantes y dañinos para la salud, sin medidas de seguridad de ninguna clase, ni cascos, ni guantes, ni mascarillas adecuadas. Ya dije que el intrépido periodista se llevó de recuerdo de sus aventuras una afección crónica para toda la vida por tragar polvo de carbón y toda clase de porquería. Si querían el trabajo tenían que someterse a las normas del mercado. Por supuesto tampoco tenían contrato la mayoría de las veces lo que los colocaba fuera de la protección de las leyes laborales. Y los extranjeros, además, siempre con la amenaza extra de la expulsión.

Para las empresas son material humano desechable, obreros de usar y tirar de los que un buen número está haciendo cola para conseguir trabajo, gente que realmente agradece todo trabajo, cualquier tipo de trabajo.

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Wallraff sospecha que esta situación no era del todo desconocida para la administración. En una ocasión dice que oyó a un empleado de hacienda que estaba borracho en una taberna comentar:

Es algo que constantemente llega a nuestros oídos, pero mis superiores no se atreven a intervenir, ni aunque yo lo denunciase ahora.

Y es que estamos hablando de empresas muy grandes, que facturan millones de marcos entonces, euros ahora, como Thyssen, que fue donde más trabajos realizó el falso Alí.

Por lo general no hay ninguna autoridad ni ninguna inspección de industria que se atreva con ellas, de manera que podemos hacer y disponer lo que nos plazca. Y la gente  puede currar hasta caerse al suelo.

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Otro lío en el que se metió le pudo haber acarreado también serios problemas. Se trataba de hacer de conejillo de indias para unos laboratorios farmacéuticos. Por supuesto, experimentos absolutamente ilegales, pero a las empresas les sale así más barato, ahorran tiempo y dinero y siempre hay necesitados que se prestan.

En la película “Los tramposos”, cuando Tony Leblanc y Antonio Ozores se hacen decentes tienen que vender su esqueleto a la universidad ‒para después de muertos, claro‒ y su sangre al hospital para poder conseguir algo de dinero.

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También se denuncia en el libro que en una central nuclear se reclutaba a extranjeros para hacer trabajos peligrosos por la exposición a determinado nivel inseguro de radiación. Un médico amigo de Wallraff que controlaba su salud durante toda esta experiencia lo disuadió de que aceptara trabajar en la central nuclear porque, conforme tenía ya de debilitada la salud, con todo lo que había tragado y el trabajo de cobaya humana, podría ser muy peligroso.

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Alí consigue ganarse la confianza del jefe Adler y logró que lo colocara como su chófer. Desde este puesto privilegiado le va a preparar una trampa. Va a realizar con él un experimento para ver a dónde puede llegar su inhumanidad a cambio del beneficio. Unos amigos suyos se presentarán ante Adler como miembros del comité de seguridad de una central nuclear para pedirle trabajadores y abiertamente le dicen que estos tendrán que enfrentarse a niveles de radiación muy peligrosos porque tienen que resolver un fallo que se ha presentado en la central. Por eso será un trabajo muy bien pagado. Se necesita gente extranjera que después del trabajo desaparezca del país para evitar repercusiones. Si enfermaran en Alemania podría suponer un serio problema, pero si empiezan a sentir los síntomas en Turquía y terminan muriendo allí,  a nadie le importará.

Los comediantes le dejan bien claro al eficiente emprendedor que se trata, ni más ni menos, que de llevar a personas a una muerte segura para comprobar si sería capaz de hacerlo. Y sí, Adler entró al trapo. Los trabajadores turcos, aquellos seres humanos a los que eligió para hacer el trabajo, le importaban un pimiento. Él iba a obtener con aquella operación pingües beneficios y eso es lo que importaba. Los trabajadores son reemplazables. No hay ningún problema.

La aventura, la preparación, el desarrollo, los problemas tácticos que se presentaron, todo fue una auténtica película.

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Los problemas denunciados por Wallraff hace ya más de treinta años no solo siguen sin solución, sino que parece que se agravan con el paso del tiempo. A poco que busquemos nos vamos a encontrar por ahí montones de noticias en las que se denuncian abusos y explotaciones sangrantes que se dan por todo el mundo. Y la tendencia no parece que sea para mejor.

https://correctiv.org/blog/2018/04/30/er-kommt-am-abend/

http://www.publico.es/sociedad/abuso-trabajadoras-migrantes-revista-alemana-denuncia-violaciones-mujeres-abortos-campos-fresa-huelva.html

https://ropalimpia.org/

https://dirigentesdigital.com/articulo/economia-y-empresas/24333/algo-huele-a-quemado-en-nike.html

http://ecodiario.eleconomista.es/deportes/noticias/2490830/10/10/Las-fabricas-de-Nike-Puma-o-Adidas-asi-es-la-nueva-esclavitud-del-siglo-XXI.html

https://informacionporlaverdad.wordpress.com/2012/12/10/multinacionales-y-trabajo-esclavo-adidas/

https://www.humanium.org/es/trabajo-infantil-en-las-minas-de-la-republica-democratica-del-congo/

Sin ánimo de ser exhaustivo.

En este enlace se puede leer un emotivo artículo de Ilka Oliva Corado, escritora guatemalteca, sobre algunos aspectos humanos de la emigración y de denuncia firme del orden muncial que beneficia a unos pocos a costa del sufrimiento de millones de personas.

http://www.lr21.com.uy/mundo/1369582-migrar-muertos-en-vida-para-morir-mil-veces-mas

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Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo. Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote, el cual contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea.

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