“Marido y mujer” — WILKIE COLLINS

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WILKIE COLLINS

“Marido y mujer”

 

  • Alba Editorial. Barcelona 2014
  • 702 páginas

 

¡Me encantan los folletines victorianos! De  esos gorditos que no quisiera uno que se acabaran nunca. El secreto de que te atrapen en sus redes desde las primeras páginas es porque muchas de estas novelas se publicaban en revistas o periódicos por entregas, como un auténtico culebrón, y si no enganchaba al lector desde el primer momento lo más normal es que el editor la retirara pronto. Así que el autor se tiene que esmerar al principio si quiere que los lectores lleguen al final.

En esta se cuentan tres historias, dos de ellas muy cortas en relación con la que forma el grueso de la novela, lo que no les quita  interés. La primera sería el prólogo, cuya acción ocurre unos quince años antes que la trama principal. Se cuenta la historia de dos amigas que serán las madres de las protagonistas principales. La otra cuenta la dramática vida de uno de los personajes secundarios, es muy corta, un único capítulo que se puede leer de manera independiente.

Tres son también los temas tratados. Por un lado la pasión que empezaban a desatar por aquel entonces los deportes gimnásticos. Otro, el asunto principal, será una cuestión de derecho matrimonial y los enrevesados problemas que acarrea. La tercera es la triste historia de una mujer maltratada por su marido.

***

EL CULTO AL CUERPO.

Parece que en la actualidad hay un cierto consenso en que la actividad física o el deporte tienen grandes beneficios para nuestra salud. Dejando aparte la distinción importante entre la competición profesional y la dedicación de los aficionados, casi todos los médicos recomiendan una cierta dosis de ejercicio para mantenernos sanos.

Sin embargo en la Inglaterra del siglo XIX hubo una fuerte oposición hacia estas actividades que empezaban a ponerse de moda por entonces. Importantes doctores, con no menos importantes argumentos científicos calificaban de dañinos tanto para la salud del cuerpo como la del alma esas actividades.

Uno de los que se posicionaron en contra fue el propio W. Collins, que la califica a esa moda de “excentricidad nacional”, y relacionaba

la desmesurada afición actual por la cultura física en Inglaterra y la reciente expansión de la grosería y la brutalidad entre ciertas capas de la población.

El villano de la novela será una persona grosera y brutal obsesionada con los deportes atléticos, que lo llevarán, como predecían los sabios doctores, a la ruina moral, psicológica y física.

Este tema tendrá importancia porque definirá la personalidad del citado personaje. Solo en uno de los capítulos, que llamará “la carrera pedestre”, Collins se recreará en la condena de las consecuencias fatales que para las personas y la sociedad pueden acarrear los deportes. Y eso que Collins no llegó a ver a las masas enfurecidas en los campos de fútbol gritando “¡mátalo!”, o “¡a por ellos!”, o exhibiendo con total impunidad símbolos fascistas, además de otras lindezas como la de estar siempre con la madre del árbitro en la boca.

EL MATRIMONIO.

Eso que algunos llaman “institución natural”, expresión que es un auténtico oxímoron. Eso que parece que todos sabemos lo que es pero que si nos ponemos a buscar una definición precisa no lo vamos a tener fácil. En esta novela se trata únicamente de una de sus muchas facetas. En concreto la de la constitución del matrimonio.

El derecho romano ―y su continuación en el derecho canónico medieval hasta la actualidad― establecía el sacrosanto principio de que consensus facit nuptias. El matrimonio se constituye por la mera voluntad de las partes. Aquí sí que se puede decir bien alto “querer es  poder”. Con algunas limitaciones, eso sí, que no todo el monte es orégano.

Pero estos principios tan solemnes resulta que luego dan muchos problemas a la hora de aplicarlos al caso concreto. Y el principal en este tema es cómo se debe manifestar el consentimiento para que tenga el poder de constituir un matrimonio.

Ahora lo tenemos muy claro. Todos lo sabemos perfectamente, los que nos movemos en el mundo del derecho y los que no, independientemente de la cultura o la inteligencia. Es de dominio público universal. En todos los matrimonios, una autoridad establecida por la ley (el cura, el imán, el juez, el alcalde, el rabino…), al que, en sentido estricto, se le llama “testigo cualificado,  pregunta a los contrayentes “―¿quieres a fulanito/a por esposo/a?”, y cada uno de ellos, de forma separada, explícita y pública ―esto de “público” tiene alguna particularidad pero no es relevante en este contexto―, responden: “―Sí, quiero”. Es importante precisar que la pregunta no es exactamente que si quieren o aman al que será esposo o esposa, sino si quieren casarse con él o con ella.

No hay otra forma de contraer matrimonio, si no contamos, quizá con alguna forma muy particular, como el matrimonio in articulo mortis, que permite ciertas flexibilidades. Pero no es esto un tratado de derecho matrimonial, es una novela, ¡que no se me vaya de las manos!

Solo llamar la atención sobre una cosa. El consentimiento se tiene que expresar delante del testigo cualificado y, además, a requerimiento suyo. Por tanto no vale ni que en la intimidad le diga uno a otro “―¿quieres ser mi esposo/a?” aunque el otro  conteste el consabido “sí, quiero”, ni tampoco que los novios/as se presenten delante del cura o del alcalde y repitan esas fórmulas delante de ellos.

Quizá desde nuestra perspectiva nos puedan resultar curiosas estas situaciones pero no hace más que unos siglos sí que tenían valor legal. Lo primero (la manifestación del consentimiento en privado) eran los “matrimonios clandestinos”, lo segundo, (la manifestación del consentimiento delante de la autoridad pero sin que esta la haya pedido, circunstancia que se dio cuando ya se exigía su presencia), “matrimonios por sorpresa”.  A todos estos, en general se les llama “matrimonios irregulares”.

La aplicación rigurosa del principio consensus facit nuptias hacía válidos los matrimonios así contraídos. Eso sí, los matrimonios clandestinos podían ser origen de un montón de problemas. El principal era la falta de pruebas para el caso de que uno de los dos contrayentes lo negara, cosa que solía pasar con los varones y que generaba una desagradable situación de inseguridad jurídica para la doncella que dejó de serlo porque se creía casada. Basta recordar el caso de don Fernando y Dorotea en el Quijote. Aquello del prometer hasta meter…

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Fue el Concilio de Trento, en el siglo XVI el que vino a poner orden en todo aquello y estableció las condiciones formales para la manifestación válida del consentimiento matrimonial que aún están vigentes. Eso sí, Trento no dijo que aquellos matrimonios no fueran auténticos matrimonios, solo que no eran legales, que no es lo mismo.

“Aun cuando –tametsi– no debe dudarse que los matrimonios clandestinos, realizados por el libre consentimiento de los contrayentes, son ratos y verdaderos matrimonios, mientras la iglesia no los invalidó, y, por ende, con razón deben ser condenados […] aquellos que niegan que sean verdaderos  y ratos matrimonios […], sin embargo, por justísimas causas, siempre los detestó y prohibió la Iglesia de Dios”. Decreto Tametsi. 24ª Sesión del concilio de Trento. 11 de noviembre de 1563.

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Bueno, ¿y todo esto a qué viene? ¿Es necesaria toda esta teoría jurídica para leer un novelón de Willkie Collins? Pues yo diría que no, que necesario, necesario no es. El propio autor  va aclarando a lo largo de la novela lo que hay que saber para entenderla. Pero ya puestos… La verdad es que es un tema fascinante, como diría el señor Spock.

Resulta que este decreto conciliar de 1536 obligaba a toda la cristiandad adherida a la obediencia romana, pero Inglaterra en 1536 y Escocia en 1560 ya habían mandado a Roma a hacer puñetas por lo que sus normas no tenían fuerza legal en estos territorios.

En Inglaterra los matrimonios irregulares tuvieron validez hasta 1753 (Lord Hardwickes Act). Los escoceses fueron más finos. No derogaron el matrimonio per verba de presente y por promesa subsecuente copula, hasta 1939 (Marriage Scotland Act), y el llamado by cohabitation with habit and repute estuvo vigente hasta 2006 (Family Law Scotland Act).

Curiosamente ahora, en toda Europa, parece que se está restableciendo la legalidad previa a Trento al reconocer relevancia jurídica a lo que se ha dado en llamar “pareja de hecho”, que no es otra cosa, digan lo que digan, que un matrimonio clandestino en términos del derecho canónico medieval y de la letra del decreto Tametsi citado antes.

Por lo tanto en el siglo XIX, al tiempo de escribir Collins esta divertida novela, las leyes escocesas eran muy relajadas en cuanto a las formalidades exigidas para constituir un matrimonio. Bastaba con que los contrayentes manifestaran su consentimiento mediante actos concluyentes, como presentarse en público como marido y mujer. Lo que, como ya dije, acarreaba, a veces, graves problemas, que serán el tema principal de la novela.

Luis Arechederra tiene un libro muy interesante sobre el tema: “Cohabitación y matrimonio. La experiencia escocesa.” Ed. Dykinson. Madrid 2007.

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***

PERSONAJES PRINCIPALES:

  • BLANCHE LUNDIE. Hija de la primera esposa de sir Thomas Lundie. Novia de Arnold.
  • ANN SILVESTER (Madre). Amiga íntima de la madre de Blanche, que también se llamaba Blanche. No derrochaban imaginación con los nombres. Estuvo unida en matrimonio putativo ―que parece pero no es― con el señor Vanborough. Descubierta la nulidad de su matrimonio se buscará la vida en los escenarios como cantante y profesora de canto. Ann y Blanche madres aparecen únicamente en las escenas iniciales que se desarrollan años antes que la acción principal.
  • ANN SILVESER (Hija). Principal protagonista de la novela. Durante el tiempo en el que el falso matrimonio de su madre mantuvo su apariencia de matrimonio legítimo su nombre era Ann Vanborough, después tuvo que adoptar el apellido de la madre que, a efectos legales, era madre soltera. Con el tiempo llegará a ser amiga e institutriz de Blanche, siete años más joven. Un momento de debilidad la llevó a mantener una relación con Geoffrey Delamayn que fue origen de muchos y graves quebraderos de cabeza, para ella y para otros.
  • ARNOLD BRINKWORTH. Prometido y, más tarde, esposo de Blanche, aunque también puede que lo sea, sin siquiera él saberlo, de Ann. Un lío de los gordos.
  • GEOFFREY DELAMAYN. “Un hércules moderno”. Compendio de todos los valores que hacen de un hombre un ser despreciable. Eso sí, fuerte y atlético.
  • SIR PATRICK LUNDIE. Tío de Blanche. En la novela juega el papel de la moderación, el equilibrio, la sensatez y será el que se encargue de llevar las riendas en las pesquisas y gestiones necesarias para solucionar la cantidad de problemas que se presentan. Por la manera de expresarse y por sus opiniones, cualquiera diría que es la propia voz o alter ego del propio autor.
  • LADY JULIA LUNDIE. Segunda esposa del difunto sir Thomas. La típica aristócrata egoísta que piensa que el mundo entero no es más que un satélite que gira alrededor de su ombligo. No se entera de nada de lo que pasa, pero de vez en cuando la lía parda. Sin mala intención, eso sí, creyéndose cargada de razón. Porque mala mala, lo que se dice mala no es. Que va a su bola nada más.
  • BISHOPRIGGS. Personaje de baja extracción social. Empleado de hostelería que no tiene reparos en ganarse un dinerillo con la extorsión. Eso sí, el tío honesto, sin amenazas ni malos rollos, y si hay que ponerse de parte de la justicia se pone, aunque se le joda el negocio. Papel que ve, papel que se guarda, nunca se sabe qué provecho se le puede sacar. Su testimonio y su celo serán importantes para resolver algunos problemas legales.
  • LORD HOLCHESTER. Antes abogado señor Delamayn. Su perspicacia legal será la que ponga al descubierto la nulidad del matrimonio entre Ann Silvester (madre) y el señor Vanborough. Aunque todo fuera escrupulosamente legal, andando el tiempo no dejará de sentir ciertos remordimientos por las consecuencias fatales que aquella acción acarreó a la pobre Ann y a su hija. Mucho tiempo después, este remordimiento será una ayuda inesperada en los problemas que Ann Silvester (hija) arrastra durante la novela. Por otra parte sentirá un profundo desprecio hacia la vida disoluta de su hijo Geoffrey que, como se descuide, podría quedar desheredado.
  • JULIUS DELAMAYN. Futuro lord Holchester. Hijo del actual y hermano de Geoffrey. Con un papel de mucha menos relevancia que el de sir Patrick, también aportará, como este, sensatez y cordura en los problemas. Especialmente hará de intermediario entre su padre y su hermano. Cuando haya que tomar partido lo hará por la justicia, aunque eso signifique ponerse en contra de su propio hermano.
  • SEÑORA INCHBARE. Dueña de la posada de Craiog Fernie. Extremadamente celosa en cuanto a la moralidad de su establecimiento.
  • SEÑORA GLENARM. Viuda rica que pretende a Geoffrey.
  • HESTER DETHRIDGE. Cocinera en la casa de los Lundie. Después regentará una casa en la que alquila habitaciones. Mujer muy extraña. Muda. Parece ocultar un terrible secreto. La historia de su vida, ciertamente dramática, ocupará todo un capítulo hacia el final de la novela (el 59). Un relato independiente del resto de la trama contado en primera persona, a modo de confesión. La pobre mujer, piadosa metodista, tuvo la desgracia de casarse con un hombre al que perdió el alcohol. Si no bebía no era mala persona, pero cuando bebía se convertía en un monstruo. Lo normal. Hay muchas historias así, en la literatura y en la realidad. Hester lo intentó todo.

Jueces y abogados, parientes y amigos; paciencia para soportar las heridas, esperanza y trabajo honrado… todo esto lo había probado en vano. Allá donde mirara, tenía todas las puertas cerradas.

Por pura supervivencia tuvo que recurrir a una solución que la dejó marcada para el resto de su vida. Conocida su historia se entenderá mejor el papel que juega en la trama principal.

***

PRÓLOGO.

El señor Vanborough estaba casado con la señora Vanborough. Al cabo de unos años el señor Vanborough ya se había cansado de su señora esposa y había puesto el ojo, y quizá algo más, no lo sabemos, en otra señora, lady Jane, que, además de ser bonita, estaba socialmente mejor colocada, lo que permitiría, al que fuera su afortunado esposo, el ascenso a su misma clase social, incluso al parlamento. Todo esto lo sabía el señor Vanborough y le parecía estupendo. Pero el señor Vanborough ya estaba casado, ¿o no?

Habrá que preguntar a un abogado. Y allí aparece el señor Delamayn, joven y ambicioso, que se puso a escarbar en las sentinas de los códigos legales y del common law,  que para eso están los abogados, y descubrió ―¡oh, sorpresa!― una irregularidad en la constitución del matrimonio del señor y la señora Vanborough.

Por el Estatuto Irlandés de Jorge II, todo matrimonio celebrado por un sacerdote católico entre dos protestantes, o entre un católico y cualquier persona que haya sido protestante en los doce meses anteriores al matrimonio, se declara nulo.

¡La boda de los señores Vanborough se había realizado con flagrante incumplimiento del Estatuto Irlandés de Jorge II! Consecuencias jurídicas: el señor Vanborough era un hombre soltero, nunca había estado casado, pleno poseedor del derecho del ius connubii, o sea, que podía casarse con quien quisiera, siempre, claro, que la otra persona también quisiera casarse con él. La señora Vanborough no era la señora Vanborough, ni lo había sido nunca, sino Ann Silvester, y su hija, y biológicamente también del señor Vanborough, tampoco era Ann Vanborough, sino Ann Silvester, a todos los efectos hija de madre soltera. Una patadita y ¡ahí se apañen!

¡Dura lex, sed lex!

La trama principal será la triste historia ―adelanto que con final feliz― de Ann ibn Ann, que también tendrá problemas con el derecho matrimonial, esta vez el escocés.

LA TRAMA PRINCIPAL.

Blanch (madre) y Ann (madre) habían sido grandes amigas. Blanch tuvo mejor suerte con su matrimonio y, bien colocada, no dudó en ayudar a su amiga y a su hija. Fallecidas las madres Ann (hija) se colocó de institutriz de Blanch (hija) y se hicieron también muy amigas.

El drama que vivirán los protagonistas tendrá su origen en un desliz de Ann con un joven apuesto llamado Geoffrey que, antes del desliz, le había prometido ser su esposo. Luego parece que no se acordaba muy bien de la tal promesa.

Bueno, sí que se acordaba. Lo que pasa es que no podía darle el disgusto a su padre, todo un lord, de casarse con una simple trabajadora doméstica. Bastante enconadas estaban ya las relaciones entre padre e hijo, y la herencia que estaba en juego no era para hacer el tonto.

Ann le dijo a su seductor que, puesto que estaban en Escocia, podrían casarse en secreto. Solo tenían que presentarse juntos en un hotel como marido y mujer y ya está. Ni curas, ni banquetes, ni invitaciones, ni padrinos, ni despedidas… Nada de nada. Geoffrey cede, o parece ceder, y manda a Ann por delante al honorable hotel de la señora Inchbare.

Geoffrey no va a acudir a la cita y pide a su amigo Arnold, el novio de Blanch, al que no tiene más remedio que confesarle toda la historia, que vaya él al hotel a llevarle el recado. Arnold no se puede negar. Tiempo atrás el vigoroso Geoffrey lo había librado de morir ahogado en un accidente y le debía la vida. Geoffrey pedirá a Arnold que guarde el secreto ante la sociedad. La nobleza de Arnold, que ha empeñado su palabra de no desvelar esas relaciones, no va a facilitar las cosas cuando sea necesario, incluso aunque los intereses del propio Arnold se vean perjudicados por su silencio.

Arnold va al hotel donde ya se encontraba Ann y, para disimular delante de la dueña y no poner a la amiga de su novia en mayores compromisos, se va a presentar como su esposo.

¡Y ya está el lío! Esta imprudente precaución y el derecho  escocés de la época serán suficientes para desatar el drama.

Las consecuencias serán desastrosas para tres de los cuatro implicados: para Ann que no es con Arnold con quien se quiere casar; para Arnold, que con quien quiere casarse es con Blanch; y para esta que, más adelante se enterará de que su novio se ha casado con su mejor amiga. Al único que le parece todo de perlas es al atlético Geoffrey que, libre como un pajarito, le tirará los tejos a una viuda rica e intentará hacer las paces con su padre para que no lo desherede.

Deshacer el entuerto va a costar no poco trabajo a los personajes, especialmente a lord Patrick, tío de Blanch, que se hará cargo del asunto, y a la sufrida Ann, que removerá Roma con Santiago pensando más en el perjuicio que se le causaba a su amiga Blanch que en el propio.

No va a ser nada fácil poner contra las cuerdas a Geoffrey. Unas cartas comprometedoras entre este y Ann que pudieron ser rescatadas gracias al celo del señor Bishopriggs, servirán de prueba, pues también estaba previsto en la legislación escocesa que

una promesa de matrimonio hecha entre hombre  y mujer por escrito, en Escocia, los convierte en marido y mujer, según la ley escocesa.

 LA CARRERA PEDESTRE.

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De pronto, el silencio quedó roto por los vítores estruendosos de la muchedumbre que se agolpaba en la carrera, fuera del recinto deportivo. ¿Iba a dirigirse al público algún famoso orador? ¿Se celebraba algún glorioso aniversario? [Un extranjero que asistía al evento preguntó qué pasaba] le respondieron que un par de jóvenes fornidos iban a correr varias vueltas en torno al cercado con objeto de dilucidar cuál era el más veloz de los dos. [Y el extranjero quedó escandalizado].

La vileza de Geoffrey se hará mórbida después de enfrentarse a ese reto estúpido de la no menos estúpida ―según lo plantea el autor― carrera que lo llevará al límite de su capacidad física y de su salud, quedando al borde de la locura y de la muerte. Lo que confirmará las tesis de Collins y los prestigiosos doctores que ven en eso del deporte un gran peligro para la juventud.

De aquí en adelante nada va a ir bien para el atleta.

***

El dilema está en si Ann está casada con Geoffrey o con Arnold. Ann mantendrá con firmeza su compromiso con Geoffrey únicamente por el bien de su querida Blanch. Sir Patrick, viendo la catadura moral que iba adquiriendo el pretendido marido pidió a Ann que desistiera,  pues nada justificaba el sacrificio de unirse a aquel ser depravado. Ann, que nunca dejó de pensar más en su amiga que en sí misma, asumirá su matrimonio con Geoffrey. Lo que le traerá nuevos problemas, aunque de naturaleza bien distinta de los padecidos hasta ahora.

EN CASA DE HESTER DETHRIDGE.

Los esposos fijan su residencia provisional en la casa de Hester, que había sido cocinera en casa de los Lundie y que ahora alquila habitaciones. Las escenas que se van a vivir en esta casa son de película de terror. Más cuando un descuido de Hester va a hacer que caigan en manos de Geoffrey las memorias de su infortunio que ella misma había escrito para desahogar su alma y su conciencia. Una triste historia de malos tratos provocados por un marido borracho que va a hacer que Hester esté especialmente sensibilizada ante la sospecha de que su inquilina pudiera también ser objeto de actitudes violentas por parte del marido.

Unos capítulos muy emocionantes con su intriga particular y con un dramático desenlace.

¿QUIÉN COMERÁ PERDICES?

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La pobre perdiz que siempre paga el pato de las felicidades ajenas

Por supuesto que el perverso Geoffrey no. La desdichada Hester, después de una vida cuyo único alimento habían sido hierbas amargas, tampoco tendrá el estómago para  perdices; quizá en la otra vida en la que ella tanto creía. Todos los demás sí. Con una curiosa, simpática y tierna solución para los problemas de Ann Silvester.

***

Necesariamente este pequeño resumen de la obra ha tenido que dejar mucha miga en el tintero. Como es normal en esta literatura tanto los personajes como las relaciones entre ellos están muy bien conseguidos. No se limita a dos, Ann y Geoffrey, ni siquiera a cuatro si incluimos a Arnorld y a Patrick. Todos, hasta los más secundarios, ocupan su particular espacio bien definido, con sus convenientes dosis de humor que protagonizará la segunda y excéntrica lady Lundie.

La novela tiene su intriga, sus aventuras, y también sabrosas conversaciones sobre la bondad o perversión del deporte y sobre derecho matrimonial. Un poquito maniquea, pero no creo que sea esto una especial falta.

7 comentarios sobre ““Marido y mujer” — WILKIE COLLINS

  1. Pues si, Collins es muy buen exponente de esa especie de subgénero que en la época dieron en llamar «sensation novels», que no es exactamente lo que nosotros entendemos como literatura sensacionalista, sino una astuta combinación de realismo social y elementos romanticoides. Simplificando mucho, podría decirse que supone una evolución lógica del género llamado «gotico», que se adaptó al gusto lector de la sociedad de la Revolución Industrial, así como a los patrones de la producción editorial: seriales en publicaciones periódicas para consumo inmediato y sostenido, y libros que invariablemente tenían que constar de tres tomos.
    Collins fue uno de los autores que más éxitos cosechó, al principio de la mano de su maestro y amigo Dickens. Pero cuando este murió, la dependencia de los opiáceos de Collins se agudizó, y su productividad literaria fue agotandose.
    Este novelon que tanto se presta a disquisiciones juridico-costumbristas empezo a marcar un cierto declive de su autor, cuya obra pierde claramente elementos genuinamente novelescos, en favor de tramas, subtramas, y en definitiva, de la fórmula habitual de la sensation novel. Eso de «enganchar», que la gente no cesa de repetir hasta el hartazgo, y que parece que van a tener que expender los libros con diferentes tipos de ganchos de carnicero…
    Me gusta más la reseña que la propia novela.
    En cuanto a la crítica del deportivismo a ultranza, no le falta razón. Del codo de tenista a las aberraciones del alto rendimiento, la nómina de lesiones fatales es larga.
    Excelente entrada, como siempre.
    Gracias.

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    1. Y a mí casi me gusta más tu comentario que mi reseña, incluida la velada crítica por el uso irreflexivo de tópicos. A veces me doy cuenta y otras no. Gracias por llamar la atención

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  2. Modestamente, a mí el uso metafórico de «enganchar» me parece muy apropiado en estos casos. Pero, vamos, que vosotros sabréis. Yo lo puse en el comentario de «Erec y Enide». Así son las cosas de las metáforas de la vidacotidiana. Ya lo decían Lakoff y Johnson en su libro con ese mismo título. A ver si os pensáis que yo no me puedo poner también repipi. ¿Eh?

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  3. Bueno, haya paz, que yo no lo decía con segundas.
    Y si la niña saca a Lakoff y Johnson, a callarse tocan!
    Tampoco está tan mal dicho lo de enganchar.
    En inglés dicen «page turner», o sea que vas pasando las páginas a ver que pasa.
    Fernando Savater lo dice muy bien hablando del Tarzan de Burroughs: «Y después, qué pasa?»
    Eso mismo me decía mi hija con los cuentos que yo inventaba para ella.
    Puro enganche.

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